El final de la temporada pasada trajo al Celta un importante relevo en la dirección del equipo. Tres años después de llegar a Vigo y tras conducir al cuadro vigués a cotas inimaginables Eduardo Berizzo dejaba de ser entrenador del Celta. Sucedió en el mes de mayo, tras una larga e intensa negociación con la directiva que pasó por diferentes momentos. El club y el técnico parecían encaminados a un complicado acuerdo, pero en el último momento se produjo una ruptura algo traumática y que tuvo su base en las diferencias económicas que existían entre las dos partes. La noticia dejó al celtismo conmocionado porque pocas veces un entrenador había conectado de un modo tan intenso con sus aficionados. Berizzo se había convertido en estos años en mucho más que un técnico. Era casi el guía espiritual de una hinchada que se sintió algo huérfana sin él.

Para reemplazarlo hubo pocas dudas. Aunque en la Plaza de España se habían manejado diferentes opciones, la que más gustaba era la que representaba Juan Carlos Unzué. En la dirección céltica se guardaba un recuerdo inmejorable de la etapa de Luis Enrique en Vigo y el hecho de tener a todo su grupo de colaboradores en el club era algo que seducía a sus dirigentes. Tras el adiós del asturiano al Barcelona y su decisión de tomarse un año sabático abría la puerta a Unzué a reinicar su carrera como primer entrenador y el Celta aparecía como una opción muy saludable. Y así fue como se llegó a un rápido acuerdo que tiene ahora mismo a Unzué como responsable de la parcela técnica del Celta. Sus comienzos han sido algo titubeantes y el equipo ha pagado el cambio importante de discurso y de estilo de juego que se ha impuesto en este tiempo. Unzué se marchó al parón invernal con el equipo en la zona media de la tabla, a mitad de camino de los puestos europeos y de la zona de peligro.