"Algo como lo que yo viví no se olvida nunca; y las noches son lo peor porque ante cualquier movimiento estás alerta". María Casal, una vecina de Vigo de 55 años, rememoraba así en los juzgados el asalto que sufrió en su casa en febrero de 2011. Dos hermanos de origen portugués irrumpieron en la vivienda, se abalanzaron sobre ella cuando dormía, la agredieron y también la intimidaron con una cizalla, un cuchillo y una antigua navaja de afeitar para lograr su botín. La pesadilla que esta mujer vivió en su propio domicilio duró más de dos horas. Un año después de estos hechos, los atracadores, Alfonso y Manuel T.S., se enfrentaban ayer al juicio. Pero ya no fue preciso celebrarlo: asumieron la autoría del robo y aceptaron cada uno una condena de cuatro años y tres meses de prisión.

El asalto sucedió la madrugada del 9 de febrero de 2011. La mujer vivía sola en la primera planta de una casa de la calle Pino, cerca de la iglesia de Fátima, cuyo bajo está abandonado. Los ladrones entraron en el inmueble por una valla de las obras del AVE ya que en esa zona se hacían perforaciones con las tuneladoras. Estos hermanos, que fueron capturados al olvidarse un gorro en la vivienda donde se halló su ADN, se enfrentaban a una pena de cinco años de prisión por delito de robo con violencia en casa habitada con uso de instrumento peligroso, pero el fiscal la bajó unos meses. Los asaltantes también deben pagar 1.200 euros por faltas de lesiones y estafa, así como indemnizar con 6.200 euros a la víctima por las lesiones y el daño moral, así como por el valor de un teléfono y un electrodoméstico, parte del botín sustraído.

La mujer ya no tuvo que declarar ni entrar en la sala de vistas. "¡Qué pena no verles la cara!", decía en los pasillos del edificio judicial. Aquel asalto la marcó y la obligó a cambiar de casa. El "miedo" fue una de las razones. Ahora paga un alquiler mayor que casi supone los 300 euros de la pensión que percibe cada mes. "Menos mal que mi hermano y mi cuñada me echan una mano", afirma agradecida, añadiendo que, a su juicio, los atracadores "no sabían donde entraban" cuando la asaltaron porque no tiene lujos en su casa. "Soy una persona normal", dice.

Todo sucedía poco después de la una de la madrugada de aquel 9 de febrero. María dormía cuando los ladrones entraron en su casa: "Escuché algo y al despertar ya los tenía al lado de la cama, encima mía; el más bajito me golpeó, me tapó la cara con el edredón y la manta y empezó a gritar ´dinero´, ´dinero´..."

Ella solo tenía 40 euros, pero los ladrones no cesaron en su empeño. "Si gritas te mato", le dijo uno intimidándola con una cizalla que la víctima pensó que era una pistola. "Me cogieron por los pelos y del brazo, me rompieron el pijama...", relata la mujer, que añade que también la amenazaron con un cuchillo grande y una navaja de afeitar que le pusieron al cuello. Primero la llevaron a la cocina. Mientras uno la vigilaba, otro revolvía toda la casa. "Rompieron mi bolso, sacaron los cajones, me daban bofetadas...", recuerda. También la trasladaron al salón, donde el más alto se sentó a su lado con el cuchillo. "Estaba tranquila y callada, los trataba de usted. ¿De qué me valía gritar si me golpeaban? Me pidieron la tarjeta de crédito y se la di, el PIN, y también, y hasta me ofrecí a ir con ellos al cajero", dice.

La pesadilla duró dos horas, hasta las tres y media de la madrugada, un período en el que los ladrones actuaron a oscuras con la escasa luz que les proporcionaba un aparato que tenían. Los asaltantes se llevaron las pocas joyas de oro de la víctima, así como otros efectos como un ordenador, cables... que metieron en un carro de la compra. María recuerda como llegaron a amenazarla con quemarle la casa y también como en un momento del robo en que estuvo sola pensó en escapar. Pero no lo hizo: "¿Y si había alguno más en la calle esperando?".