Solo, con paso apurado, vestido con ropa deportiva y sin inmutarse. Así entraba el jueves Jacobo Piñeiro en la Audiencia viguesa. En la puerta le esperaba una nube de fotógrafos y cámaras cuyos objetivos captaron los últimos instantes en libertad del asesino de la calle Oporto. Pocas horas después la imagen sería muy distinta: la del joven esposado entrando en el furgón de la Guardia Civil y portando entre sus manos la sentencia que le imponía 58 años de prisión por su "escalofriante, inhumana y atroz barbarie", en palabras del magistrado. La vuelta del cangués a la cárcel tras 95 días de libertad hizo saltar de felicidad a la madre de una de las víctimas, Marta Pérez Triviño. Y otra persona que celebra que se haya hecho justicia es Miguel Acuña, antiguo amigo de Piñeiro vecino de su mismo barrio en Cangas al que el agresor confesó los crímenes de los jóvenes gais. En este último juicio –estaba citado como testigo– abandonó los juzgados aterrorizado al encontrarse con el acusado en el pasillo. La Policía fue a buscarlo y declaró, pero al acabar confesaba su temor al joven, un miedo que le hizo dormir con un hacha y un bate de béisbol en su cama mientras duró la libertad del asesino confeso.

"Me parece estupendo", afirmaba ayer Acuña sobre la contundente sentencia. Este hombre fue uno de los amigos de Piñeiro que puso de manifiesto en el juicio algo que el condenado siempre negó: su presunta homosexualidad. Y está seguro de que por eso lo "odian" tanto Jacobo como la familia de éste. "Nosotros no éramos amigos, manteníamos relaciones sexuales, y le hice desaparecer de mi vida un día que pegó a la que entonces era su compañera en mi casa", recuerda. Pero dos años después se encontraron en la calle. "Él acababa de volver de Baleares, me dijo que estaba bien, que tenía un hijo, que estaba tranquilo, me pidió el teléfono y se lo di; maldito el día, porque fue poco antes de los crímenes", rememora.

Y es que tras los macabros asesinatos del 13 de julio de 2006, Jacobo lo telefoneó insistentemente y quedaron. "Me dijo que era para dormir en mi casa; cuando lo vi tenía la mano vendada y me contó con tranquilidad y frialdad que se había cortado; estuvimos tres horas hablando de trivialidades hasta que salió la noticia de los crímenes en la televisión y entonces me confesó que había sido él", cuenta. Tras una "angustiosa" hora en la que no logró convencer al joven de que se entregara, consiguió que se fuera de su casa y llamó a un amigo guardia civil: "No me sorprendió lo que hizo porque yo ya había presenciado el episodio agresivo con su pareja; los que no lo conocen creen que es introvertido, callado, y aún hoy, y me molesta, hay gente del barrio que da por creíble su versión de que actuó en legítima defensa; pero era una persona que llevaba todo al límite".

Vive "linealmente a 500 metros" de la casa en la que Jacobo residió con sus padres hasta que el jueves fue a prisión. "Que quedara libre fue increíble. Tener que encontrarlo en la calle era terrible, me refugié en mi trabajo para estar lo mínimo en Cangas; estaba obsesionado con las noticias que salían en prensa", afirma. "Y verlo aquel día del juicio salir tranquilamente a los pasillos de los juzgados usando el teléfono móvil mientras yo esperaba nervioso para declarar me superó; me fui a relajarme, pensaba volver a testificar, pero la Policía ya vino tras de mí", asegura. Ahora espera que Piñeiro piense "en lo que hizo". "Lo veo difícil, pero ojalá se reinserte y se calme", afirma, para concluir que las "únicas víctimas" en este caso fueron los fallecidos y sus familias.