El marinense Nicolás Pérez, director técnico de Pescamar en Mozambique (filial del Grupo Nueva Pescanova), estuvo a punto de morir por COVID-19 tres veces a sus 54 años. Mucho antes de conocerse la cepa sudafricana del coronavirus, el encargado de poner a punto una treintena de buques de la compañía gallega en Beira –segunda ciudad del país, con más de medio millón de habitantes– cayó gravemente enfermo. Era el principio de la pandemia. Y llegó, conduciendo medio moribundo a un hospital, con lo puesto y sin cargador del móvil.
“Fue muy desagradable; cuando me dijeron que me inducirían el coma se me vino toda la vida a la cabeza; intenté despedirme por whastapp. de toda mi familia”
Esa sería (solo) la primera vez que este marinense, casado y con dos hijas, estuvo al borde de la muerte. Cómo sobrevivió y logró salir del país sudafricano es otra historia. Cuando se cumplen 10 meses de aquella odisea, aunque renqueante de una polineuropatía ‘regalo’ del COVID, celebra la supervivencia: “Sigo teniendo anticuerpos”.
La historia arranca en el mes de marzo, mientras la primera ola engordaba en Europa. Nicolás forma parte de una veintena de españoles que trabajan en Pescamar. “Empecé a tomar paracetamol porque tenía fiebre recurrente por las mañanas, que a lo largo del día llegaba a 38,5º o 39º. También recuerdo quejarme del sabor del agua al jefe de logística, porque creía que llevaba lejía. Ahora soy consciente de que era mi falta de gusto. Pero no tenía tos, así que estuve acabando mi trabajo. Había un paro biológico y los últimos días de marzo estaba a cien mil; había que dejar todos los barcos a punto para la campaña”, relata. “Aguanté hasta el 1 de abril, avisé y me quedé en casa. A lo largo del día iba perdiendo las fuerzas. No me levanté ni para comer, ni tenía fuerzas para ir al baño. Así que el día 2 llamé al médico de la empresa. Me asfixiaba”, relata Nicolás Pérez. “Me confirmó que tenía una neumonía bilateral de caballo. Me pusieron oxígeno pero yo me seguía ‘achicando’”, explica.
“Tras el coma, no era capaz de dormir; estaba obsesionado con que me matarían”
De allí, el marinense partió al Instituto do Coraçao, uno de los mejores centros médicos de Maputo –sufragado por la empresa–, pero seguía cayendo en picado. “Sorprendentemente, me hicieron pruebas de COVID y de malaria y daban negativas”, razona. Así que, pasada una semana y habida cuenta de su desmejoría, le informaron: “Me tenían que inducir un coma”. Ahí comenzaría la(s) pesadilla(s). “Mi hija María, que es médico, me aconsejó que era lo mejor. Me despedí de mi familia; allí no me dejaron ninguna visita tampoco…”, titubea. Y mientras se batía en duelo contra el COVID en la más absoluta inconsciencia, sus riñones dejaron de funcionar y tuvieron que usar diálisis.
“Tenía los pulmones como espinas de pescado. Perdí más de 30 kilos en dos semanas en coma. No sé cómo te come ese bicho... Pero sobreviví”
Al despertar, el técnico gallego fue consciente de que había estado –otra vez– al borde del abismo. “Mis pulmones no respondían con la presión normal, así que, como estaba desahuciado y la mía era una muerte justificada, los médicos mozambiqueños decidieron sobreexponerme a más presión, a riesgo de que algo no saliera bien a nivel interno. Pero salió tan bien, que mis pulmones volvieron a funcionar”.
“Estaba desahuciado en Mozambique y logré viajar en un vuelo de repatriados"
La familia del marinense y su mujer Mary llevaban días centradas ya en conseguir que Nicolás saliera del país. Pero no sería nada fácil. No expedían visados para médicos en Mozambique y ninguno se responsabilizaba del viaje de 11 horas. Sin embargo, jugaba a su favor que las pruebas de COVID habían dado negativas y ‘solo’ tenía neumonía.