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Los discos del año del mal rollo

El fin del sueño hippie en 1969 confluyó con el giro que dio el rock del idealismo al nihilismo

Mick Jagger, en Altamont (California) en 1969. // FdV

"Es 1969, OK / Por todos los Estados Unidos / Otro año para ti y para mí / Otro año sin nada que hacer", berreaba con rabiosa apatía Iggy Pop al frente de su grupo de balas perdidas, The Stooges, en aquel año de gracia de 1969. ¿Cómo, "sin nada que hacer", en una época en que los Beatles seguían grabando grandes discos, afloraban luminarias como Hendrix, Zappa o The Band, y se suponía que la juventud había tomado el poder abanderando la revolución del amor?

Bien, no todo era tan soleado: la brusca implosión del sueño hippie, con su sucesión de choques traumáticos (la muerte del rubio ex-stone Brian Jones, Charles Manson, el festival de Altamont), confluía con un mar de fondo intranquilo, bandas a las que el flower power producía arcadas y que conjuraban el pacifismo, considerado naíf e inoperante, con guitarras carniceras como las del sonido Detroit, lírica nihilista inspiradora del futuro punk, consumo de drogas duras o exploración en territorios satánicos. Del verano del amor, 1967, se pasó a la antesala del mal rollo.

La panda cafre de Detroit

Del área de Detroit salían The Stooges, un grupo de veinteañeros surgidos del detritus urbano y encantados de enarbolar el feísmo, la paranoia ante el Gran Hermano, la sublimación del caos: oigan esa bacanal de la distorsión llamada L. A. blues. Y otros que tal, los muchachos de MC5, con su Kick out the jams, registro en directo en el que extremaban su noción del rock de garaje y el rhythm'n'blues, alimentada de disturbios raciales, desencanto pos-industrial y furia anti-hippie. Detroit fue la cuna de otros rockeros cafres poco afines al espíritu de la era de Acuario, como The Amboy Dukes (con Ted Nugent) y los primeros combos de Bob Seger y Alice Cooper.

A todos ellos se adelantaron grupos garajeros considerados proto-punk como The Sonics y The Seeds, mientras, por un carril más arty, The Velvet Underground plasmaba en Nueva York sus enmiendas a las utopías californianas. Frente al idealismo maquinado en San Francisco, frescos en torno al sadomasoquismo, la prostitución y la heroína. En 1969, el grupo de Lou Reed, ya sin John Cale, publicaba su más sereno tercer álbum.

Algunos de aquellos grupos se disolvieron porque sus discos no los compraban ni sus familiares más allegados, pero serían muy influyentes a largo plazo, del no future del punk al oscurantismo tradicional de buena parte del rock alternativo. Vistos con la distancia, los indicios de que el sistema de valores en la cultura pop estaba cambiando son numerosos. Se mascaba en el aire un adiós a la inocencia, el aviso de que las mejores intenciones podían convertirse en una tapadera o una pesadilla, o bien dar objeto a tergiversaciones peligrosas: la lectura de Helter skelter, de los Beatles (White album), por parte del loco Manson.

En el Reino Unido, los Rolling Stones ya se habían deslizado por el lado turbio en Their satanic majesties request (1967), pero fue en el siguiente álbum, Beggars banquet, de diciembre de 1968, como pórtico del fatídico 1969, cuando a Jagger se le ocurrió ponerse en la piel del mismísimo diablo para cantar Sympathy for the devil en primera persona y a ritmo de samba-vudú.

El hombre del siglo XXI

En torno a 1969, o en ese preciso año, se alzaron algunas de las bandas que en los 70 serían tachadas de dinosaurios y que reflejarían en su imaginario las malas vibraciones. El hard rock y el heavy metal cobraban forma prestos a recrearse en fantasías truculentas o apocalipsis globales. El primer álbum de Black Sabbath abría la puerta a un siniestro blues-rock de ambientes enrarecidos, alusiones al ocultismo y los ritos paganos. La insana guitarra eléctrica la tocaba a su libre manera un jovenzuelo Tony Iommi tras haber perdido las puntas de dos dedos en un accidente laboral con una prensa industrial.

Y a diferencia de unos The Stooges, King Crimson no celebraba la autodestrucción, pero la reflejaba con modos poéticos, no desprovistos de una extrema dureza, en 21st century schizoid man, pieza que según la cual la guerra de Vietnam era solo un aviso de lo que a la humanidad se le venía encima. "Potro de tortura, alambre de espino / Pira funeraria de los políticos / Inocentes devastados con fuego de napalm / El hombre esquizoide del siglo XXI". Otra obra significativa de la temperatura musical y cultural del año 1969, cuando el futuro parecía haberse vuelto vagamente inquietante.

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