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Vida perra

Garrone esquiva la tentación de manchar la pantalla de crudezas

y Marcello Fonte.

Feliz coincidencia: dos excelentes muestras del cine italiano sacando brillo a la cartelera con dos propuestas que, siendo muy distintas, comparten algunos puntos de f(r)icción muy cercanos. Si "Lazzaro feliz" combina con maestría un andamiaje que recuerda sin complejos un neorrealismo a ras de tierra con brotes fantásticos insólitos, "Dogman" también recupera una mirada descarnada a los bajos fondos de la sociedad y, de golpe y porrazo, le añade un toque de cuento de hadas maléfico, y claramente transgresor con ogros drogados y pulgarcitos pisoteados, sirenitas bajo el mar y hechizos adictivos en un reino de horrores cotidianos. Pero las intenciones a punto de caramelo lírico de "Lazzaro"... están muy lejos de las pretensiones de Matteo Garrone, mucho más interesado por bajar sin contemplaciones al infierno de unas vidas humilladas y ofendidas.

La relación tortuosa entre Marcello (un formidable Marcello Fonte, desintegrado en su personaje) y Simone, un matón adicto que va por la vida como si pisara un ring en el que machacar a quien se ponga por delante, se desarrolla con la desconcertante naturalidad de los vínculos tóxicos. Marcello es durante la mayor parte del metraje un hombre de imperturbable bondad, comprensivo, generoso y humilde, alguien que se derrite con su hija (comparte con ella los únicos escenarios de pureza y libertad donde el color no está aplastado, inevitablemente submarino) y que muestra un cariño sin límites por los perros a los que mima como peluquero canino que disfruta de su trabajo.

El gran desafío aceptado por Garrone es que, de repente, y justo tras una demostración de lealtad casi perruna de la víctima con su opresor, se produzca un giro radical y la víctima se transforme en un verdugo implacable. Imprevisto. Garrone actúa con inteligencia y esquiva cualquier tentación de ponerse tremendo y manchar la pantalla de crudezas al por mayor. Tampoco tira de manual de psicología barata y decapita la historia con una escena final con muy malas pulgas que rasca la mirada con su acongojante patetismo.

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