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Las miserias de la gloria

Los desencuentros de una pareja tras alcanzar el éxito

Una escena de la película.

Una pareja madura empieza el día con sexo juguetón y tranquilo sin saber que una llamada les cambiará la vida. Y de qué forma: la gloria irrumpirá con tanta fuerza que sacará a flote las miserias que permanecían ocultas en su aparentemente estable y provechoso matrimonio. A él le comunican que ha ganado el premio Nobel de Literatura. Ella escucha desde otro teléfono la noticia con expresión de dicha y congoja.

¿Incompatible? No, como veremos a medida que vayamos enterándonos de la verdad escondida en esa pareja en la que el hombre triunfa como escritor y la mujer permanece en la sombra haciéndole la vida más fácil: quien hace y deshace las maletas, quien aparta los incordios de la vida cotidiana, quien le acerca las gafas de leer o el cepillo de dientes. Pero es mucho más que eso, y el secreto que guarda terminará envenenando su relación poco a poco, justo cuando más agradecido se muestra él por ese trabajo oscuro e ingrato: subrayando su papel de comparsa.

Historias de falsas glorias basadas en grandes mentiras e imposturas alimentan películas tan estimulantes como "Big eyes", de Tim Burton, o "Monsieur & Madame Adelman", de Nicolas Bedos. "La buena esposa", basada en una estupenda novela de Meg Wolitzer (Alba Editorial), se queda lejos en logros e intenciones. Runge se limita a seguir dócilmente el manual de realización correcta e impersonal, sin que se pueda destacar una sola idea de puesta en escena que minimice la sensación de teatro filmado que se desprende de la pantalla, salvo cuando se muestran los entresijos de la preparación de la entrega de los premios.

Pero los verdaderos problemas proceden de un guion que, tras un comienzo solvente, acumula incoherencias en el dibujo de la pareja, mete con calzador unos "flashbacks" vacíos de información relevante e incorpora algunas subtramas innecesarias con personajes inconsistentes. Al final, claro, lo que mantiene en pie la propuesta es el trabajo descomunal de Glenn Close, de una precisión tan absoluta que incluso el excelente Jonathan Pryce acepta su condición de "sparring" de lujo.

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