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Rumbo a las estrellas

Cada vez que aparece Claire Foy se ilumina la pantalla

Claire Foy, en una imagen de "First Man (El primer hombre)". // UPI

Si algo parece dejar claro la corta pero ya elocuente carrera de Damien Chazelle es que no le gusta repetirse con las formas. De un recital de cámara como "Whiplash" (pugnas de personalidad, aprendizaje, sacrificio, el estigma doloroso de la pérdida) pasó a una fiesta expansiva de sentimientos y colores en "La La Land", que también hablaba, o cantaba, de lo mismo pero con armazón amoroso y bailes donde antes había músicos sentados. "First man" sigue los mismos pasos pero con envoltorio muy diferente. Digamos que es un director que, como Ron Howard, esquiva los encasillamientos, solo que tiene mucha más voluntad de estilo y busca un rigor ético y estético superior (a día de hoy no me lo imagino adaptando a Dan Brown, la verdad). De su última propuesta hay que valorar en lo que vale que su mayor sorpresa es la ausencia de sorpresas y su decisión casi arrogante de convertir un material que invita a la épica espacial en una ceñuda y nada lustrosa aventura personal donde priman los elementos más oscuros y herméticos que la fanfarria y el heroísmo. Bien es cierto que al final sí cede (o le invitaron a hacerlo desde los despachos que ponen la pasta) ante la (ex)presión patriótica, pero hasta entonces, y salvo en las inevitables escenas de brillante espectacularidad, Chazelle opta por oscurecer hasta hacerla casi borrosa una historia que, como en el caso de "La La Land", muestra un triunfo con entrañas de derrota.

A riesgo de merodear el tedio a veces (y los espectadores más impacientes dirán que cae en él a menudo), el director subraya los aspectos más alambrados de su trabajo poniendo al frente la cara impávida de Ryan Gosling, experto como todos sabemos en dejar sus músculos faciales a cero aunque eso tenga como consecuencia una difícil identificación con su personaje. Todo lo contrario de lo que ocurre con Claire Foy: cada vez que aparece, la pantalla se ilumina.

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