El título original es más diáfano: "Chappaquiddick". Esa palabra difícil de pronunciar fue el epitafio de Ted Kennedy, el tercer hombre de una saga llamada a llenar de presidentes la Casa Blanca y que, finalmente, se convirtió en sinónimo de tragedia. A John y Robert los mataron y Ted acabó con su propia carrera por su comportamiento antes, durante y después de un accidente de carretera que costó la vida a su acompañante y le cerró las puertas presidenciales para siempre. Que no las políticas, porque un Kennedy es un Kennedy y pudo seguir viviendo de su carrera el resto de su vida. Hay mucha tela que cortar en esta historia de desgracias, errores y tejemenajes poderosos, pero John Curran, a quien debemos la exquisita "El velo pintado" y la intensa "Ya no somos dos", elige vías secundarias poco conflictivas y lo fía todo al trabajo de Jason Clarke y un Bruce Dern escalofriante en su invalidez muda como patriarca del clan.

El guión es esquemático y no hurga en ninguna herida, y la realización es plana hasta la exasperación. El insensato Oliver Stone de hace dos décadas hubiera sido el cineasta ideal para este viaje al fondo de las orlas imperiales.