Pepe Solla (Poio, 1966) comenzó a trabajar en el restaurante Casa Solla, de gestión familiar como sumiller al tiempo que cursaba sus estudios universitarios de Ciencias Empresariales. A día de hoy, es propietario y jefe de cocina del restaurante familiar y tiene en su posesión una estrella Michelín y tres soles Repsol, siendo el primer restaurante gallego en conseguir esta distinción. El cocinero recuerda uno de los mejores veranos de su vida, hace 27 años en 1990 cuando estuvo en la playa de A Lanzada durante dos semanas, a las órdenes del mar.

"Fue un verano de estos que recuerdas como maravillosos. Yo hago windsurf desde que tenía 16 años. Mis amigos y yo somos como los yonkis del viento, siempre estábamos pendientes de la previsión", relata Solla. A falta de Windgurú u otros métodos recurrentes hoy en día, el chef y sus amigos apelaban a un curioso procedimiento. "Entonces nos levantábamos por la mañana y veíamos el viento en los árboles. Aquello era nuestra referencia para saber si soplaba, si no soplaba, y de qué manera", explica. Aunque esto no era todo, pues contaban con una reseña mucho más valiosa. "Aquí había un dicho de marineros que decía que el Norte, aquellos vientos dominantes durante el verano, entraban tres, cinco, siete o quince días. Esto es lo que nos decían siempre los marineros, y normalmente tenían razón y siempre entraba durante un día, tres o cinco incluso" apunta el chef.

Sin embargo, aquel verano de 1990 el Norte decidió quedarse no uno ni tres, sino quince días. Dos semanas, que lograron convertirse en uno de los veranos más especiales del cocinero gallego. Además, cuando habla de los "yonkis del viento" lo hace en plural, pues en este episodio de la vida de Pepe Solla también estuvo su amigo Juan Concheiro. "Juan se vino a casa, durante unos días y la verdad que fueron dos semanas maravillosas", resalta.

Pepe y su amigo Juan no sólo hacían windsurf, sino que fabricaban tablas para practicar este deporte. "Nosotros también hacíamos tablas y recuerdo que en ese verano estábamos haciendo una para Juan, ya que se iba a Canarias".

Además, no faltaron anécdotas graciosas para cada una de sus elaboraciones. "La tabla que estábamos construyendo para Juan creo que todavía sigue en nuestro garaje. Lo hacíamos todo muy casero, y lo gracioso fue que algo mal tuvimos que hacer durante el proceso, porque llegó a Canarias para navegar, pero hinchó, se le separó la fibra y ya no hubo tabla", explica. Sobre si la llegaron a reparar algún día, el cocinero se ríe, y admite la verdad. "esa tabla volvió al garaje para ser reparada y no la llegamos a reparar nunca. De hecho ahí sigue, colgada en la pared".

Pepe Solla recuerda haber fabricado otra tabla ese verano, en este caso para él. Sin embargo, su tabla siguió el mismo destino que la de su amigo Juan y jamás llegó a surcar las olas. "Recuerdo otra tabla que estábamos haciendo para mí. De aquellas andábamos todo el día pillados de tiempo porque queríamos hacer tantas cosas, entre navegar, salir y disfrutar. Nunca llegué a terminarla tampoco. Quedaba solo laminarla pero jamás lo hicimos", indica.

"Estos días los pase con Juan, aunque después en la playa nos encontrábamos a más amigos míos. Ese verano lo pasé con Concheiro y fueron 15 días increíbles, de viento, fiesta? Imagínate, de aquellas éramos estudiantes, y podíamos disfrutar de estos veranos intensos de tres meses de vacaciones" relata Solla. En esas dos semanas, cuando el Norte llegó a A Lanzada, no había más preocupaciones que elegir la tabla adecuada para el viento adecuado. "Te levantabas por la mañana, muy tranquilo e íbamos a hacer reparaciones en las famosas tablas. Luego a la tarde salíamos los dos a navegar y pasábamos horas y horas por allí", señala. Además, como buenos estudiantes, Solla menciona aquellas noches en las que su amigo Juan y él "se dejaban caer" por Sanxenxo. "Después de pasar el día navegando, por la noche salíamos de copas", apunta Solla, quien define la situación de la siguiente forma. "Fueron 15 días maravillosamente agotadores."

"Para mí esas dos semanas fueron inolvidables y las sigo recordando a día de hoy. Todavía me encuentro a Juan de vez en cuando y recordamos estas anécdotas, y le digo: ¿Dios, te acuerdas de esos 15 días que habían sido tremendos navegando?", explica el chef.

El cocinero señala que en la actualidad, hace mucho que no coincide con su amigo Juan y con el resto de amigos con los que navegaba. Sin embargo, Solla resalta que navegar nunca le dejó de encantar y que cuando puede aprovecha sus ratos libres para disfrutar de su antídoto preferido. Además, indica que gracias a su trabajo, ha podido navegar en sitios extraordinarios, en los que nunca se hubiera imaginado estar. "Hace poco me llamaron de un Congreso en Fuerteventura y aproveché y me fui a Sotavento a navegar. También lo hice en los sitios más maravillosos del mundo, como el Yaque en Venezuela, todo un paraíso, o en Jericoacoara, en Brasil, además de las míticas playas de Canarias", apunta. Cómo él dice, "siempre hay algún hueco para hacer una escapadita y navegar".