"Solo morren aqueles que non deixan semente". Yo estoy ahora oyendo sobrecogido a Bibiano mientras canta "Canción prós que nunca morren", grabada quizás por los años 70, cuando no imaginaba que él iba a formar parte, mucho después pero bastante antes de tiempo, de esa estirpe. Y me acuerdo de aquel poema, "Los que nunca mueren", que recita María Bozzini: "Porque esos seres queridos que partieron nos siguen por el camino, nos ayudan a soportar la soledad en la que nos dejaron? esos seres se quedan porque en su existencia fueron tan fértiles que se han prolongado en los vivos, como si hubieran ganado la partida contra el destino, como si le hubieran ganado a la misma muerte".

Ahí está Bibiano. Y no solo en sus canciones.

"Mi padre murió", me comunicaba a primeras horas de la mañana su hijo Daniel, y quise creer que aquello era un mal sueño. Uno nunca piensa que va a tener que escribir el obituario de su amigo. Alguna vez incluso bromeamos él y yo sobre ello, con ese humor suyo sutil a veces y otras socarrón: "Somos de la misma hornada, a ver quién le escribe a quién el epitafio", me dijo riendo una madrugada de conciertos.

¿Cómo ordenar en palabras mensuradas los sentimientos que, así, en caliente y a tantos kilómetros de distancia como estoy ahora que escribo, se precipitan en tropel, desarbolados?

Con la inesperada marcha de Bibiano, la vida seguirá igual para quienes le conocimos muy a fondo durante tanto tiempo, pero ya no va a ser la misma. Su ausencia dejará una herida en la piel de nuestra memoria, se añadirá como una muesca trágica en la culata de ese temible historial de ausencias que nos crece.

Podemos suponer cómo lo sentirán los suyos, su mujer Matusa, sus hijos Daniel, Javier y Guillermo, su hermano Tino. Nosotros, los que le vivimos tanto, lo sentimos como un desgarro, pero no fue Bibiano de los que pasó en vano: la generación a la que pertenece, la que creció oyéndole a él y a otros contra Franco, la que bailó con Los Brincos o los Beatles, se enamoró por vez primera con Adamo, amó con Cat Stevens y maduró con Bowie o Leonard Cohen, siente que se va un notable de los suyos y se siente avisada del tiempo azaroso que le toca.

Estamos chegando ao mar

Yo no conocí a aquel Bibiano que a los 9 cantaba en la Escolanía de la catedral de Santiago, ni al que alteraba la paz de los astilleros vigueses alistado en el PCE y CC OO, ni al que viajaba por el mundo con una guitarra comunista? pero empecé a saber de él cuando oía hablar del Colectivos Voces Ceibes y de su dúo con Benedicto, allá por los primeros años 70, o le vi por vez primera en el Pabellón de los Deportes vigués con un público enfervorizado que le coreaba "Abaixo a dictadura".

Luego entré en su casa de Alcabre, no sé si en 1975, y ya su vida estuvo siempre al borde de la mía. Aquel Bibiano que nos regaló su primer disco, "Estamos chegando ao mar", su segundo, Alcabre, su tercero, Aluminio? era un tipo ocurrente, generoso, gastrosófico, de un espléndido sentido del humor que le permitía reírse hasta de sí mismo por su segundo nombre, Adonis; un ser lleno de energía vital y con una capacidad dialéctica y creativa sorprendente. No hay duda, cualquiera puede acreditarlo. Era el Bibiano que en una cena festiva te podía contar cosas de tí mismo que ni tú mismo sabías. Y con tal seguridad que no sabías si las inventaba o eran ciertas.

Luego conocí al Bibiano empresarial, productor de sí mismo, a veces caótico en lo económico pero capaz de mover por Galicia y traer a Vigo, por sí solo o asociado, a las más grandes figuras de la música. A ese que trataba de tú a tú a Sabina, Max Suñé, Luis Pastor, Krahe, Hilario Camacho? y se notaba cuando te movías con él o, simplemente, movía su teléfono. Aquel Bibiano cuya capacidad de propuesta le permitía desde articular bandas que luego serían señeras o recrear otras hasta responsabilizarse en Vigo del concierto de Madonna, montar festivales inolvidables como "Para Vigo me voy" que traían lo mejor de Cuba a esta ciudad o dirigir el Aula de Música Moderna y Electrónica de la Escuela de Artes y Oficios, con el respaldo del Ayuntamiento socialista. Aquel que llevaba a figuras luminarias al Satchmo inicial de la movida o montaba con otros el Kremlim, santuario de la misma. De ese Bibiano solo cabe aquí un bosquejo, de tantas cosas en que anduvo, que yo sé y si cupiera contaría.

Cuánto hemos disfrutado a ese Bibiano, que en la última etapa de crisis hubo de replegarse a su casa viguesa de la verde Madroa y en una nota de Facebook a una artista amiga, la brasileña Karina Teixeira, le confesaba que, si en lo económico su mundo de la música se había precarizado, había que ser positivos y él había conseguido la tranquilidad, el placer superior de su familia antes imposible en tan absorbentes escenarios, la sintonía con el movimiento vecinal del entorno, el gusto por las cosas sencillas como coger setas o tomar una "cunca" de ribeiro en el bar de al lado.

Cuánto te vamos a echar de menos, Bibiano