La idea está clara: menos oscuridad. DC echó el resto en la injustamente vapuleada "Batman vs. Superman" a la hora de ensombrecer a sus personajes mientras Marvel daba en la diana una y otra vez quitando capas (nunca mejor dicho) de solemnidad a sus criaturas y optando, en líneas generales, por hacer películas donde el espectáculo colorista tome el mundo sin pringarse de seriedad. Y con "Deadpool" lograron un rotundo éxito (comercial sobre todo) al meterse en las viñetas movedizas de un personaje que más que un superhéroe es un súpermercado de obscenidades, gestos violentos y motivaciones de poca enjundia dramática. Un macarra al dente. Y no digamos ya los "Guardianes de la Galaxia", compacto divertimento que fue una confortable sorpresa. Con "Escuadrón Suicida", DC Comics intenta una jugada similar: meter mucho humor (más grasiento que disolvente), tirar la casa por la ventana en las escenas de acción y trabajarse un juego coral en plan "Los Vengadores", pero optando directamente por convertir a sus protagonistas en villanos que luchan por una causa justa, nada de justicieros que a veces tienen sus momentos de debilidad. La fórmula, que remite tanto a "Doce del patíbulo" como a "Los siete magníficos" (sin olvidar los "Malditos bastardos"), es mucho más interesante sobre el papel que volcada en la pantalla. Y es que "David Ayer", a quien no se le puede negar su buena mano con el espectáculo, se enreda con un guión desequilibrado en el que unos personajes están poco desarrollados en unos casos y groseramente dibujados en otros (o mal interpretados: "Cara Delevingne"), lo cual es imperdonable en el caso del Joker porque ahí se la juega media película. Excesivamente morosa en la presentación de los superantihéroes y a veces desconcertante por sus incoherencias (¿recortes de montaje?), "Escuadrón Suicida" avanza a trompicones y brilla a ratos pero, salvo por sus muy planificados desmadres violentos, sus intenciones rompedoras se quedan en un quiero y no puedo, entre otras cosas porque, a diferencia de "Deadpool", aquí se quita dinamita para llegar a más espectadores. El resultado, curiosamente, tiene más interés cuando se pone serio (incluido un toque de enfermizo romanticismo) que cuando va de gamberro y malencarado.