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En tierra de lobos

Visualmente poderoso y con un magnético Del Toro, un thriller potente que sólo cojea por su débil guion

Benicio del Toro, en una secuencia de la película.

Hace solo cinco años (carrera meteórica, llameante), Dennis Villeneuve hacía arder las pantallas con "Incendies", una obra que ya lanzaba señales de humo sobre sus intenciones: coger un material perfecto para el cine comercial de usar y tirar, darle la vuelta como un calcetín y entregar una sesión hipnótica de cine potente con atmósfera envenenada y una tensión helada. Cualidades que se volvían a ver en menor medida en "Enemy" (demasiado pomposa y falsamente compleja) y, sobre todo, en la espléndida "Prisioneros".

Con "Sicario", Villeneuve vuelve a trabajar a partir de un argumento bastante trillado (incluso torpe en algunas partes, sobre todo al final) para darle un revolcón con todas las armas que le proporciona un presupuesto holgado. Así, dispone de una música ciertamente atípica de Jóhann Jóhannsson y una fotografía nada convencional del venerable Roger Deakins, y tiene las espaldas bien cubiertas por un reparto de gentes sobradas de oficio que camuflan en buena medida las carencias del guion (sobre todo Emily Blunt, a su personaje le faltan varias páginas para ser más consistente) y dan, con su sola presencia, espesor dramático. No hay discusión posible: cuando Benicio del Toro entra en el plano, aunque su papel sea un tanto previsible, la película se inflama. No en vano la mejor escena, la que cuesta apartar de la memoria, le tiene a él como protagonista absoluto, con una ejecución múltiple inesperada y acongojante que no deja lugar a dudas sobre su personalidad herida, hiriente. Víctima, verdugo. Implacable en su sangrienta lucidez. Cruel y condenado. Villeneuve está menos pendiente de dar coherencia a la historia que de dinamitar desde dentro las fronteras del género. O de los géneros, porque en Sicario hay un cruce de ellos. Y el resultado final, partiendo de lugares comunes, es insólito porque alcanza la abstracción en su tratamiento de la violencia indiscriminada a ambos lados de la ley. Es cierto que se echa de menos más profundidad en el análisis de las razones más ocultas que hay en el mundo de los narcos, y que afecta directamente a las autoridades norteamericanas (léase, para completar la información, El cártel, la impresionante novela de Don Winslow), pero ese aire de pesadilla que envuelve el conjunto y algunos momentos especialmente brillantes (la batalla en los túneles, el tiroteo seco y brutal en el atasco) demuestra que Villeneuve tiene el cargador lleno de buenas ideas y la puntería bien afinada para dar en el blanco móvil de la maldad.

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