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Dos hombres y un destino

Sobria e intensa adaptación de Camus con el molde de un "western"

Viggo Mortensen, en un momento de la película.

Curioso ver cómo un relato de Albert Camus recibe, en el proceso de hinchado, el tratamiento de un "western" en toda regla, cambiando los grandes paisajes de John_Ford o Howard Hawks por los desiertos argelinos y un planteamiento que recuerda el magistral "El tren de las 3:10" de Delmer Daves, donde un hombre del campo debía escoltar a un criminal a prisión. Oelhoffen no es un grande como los antes citados, pero sí un cineasta competente y con las ideas claras. Su película tiene la aspereza visual que exige la historia, sin florituras y con un ritmo pausado en el que los silencios son mucho más importantes que las palabras. De hecho, cuando aumenta el diálogo el interés se reduce y cuando mandan las miradas y los gestos, las imágenes se bastan por sí solas para hurgar en la herida de sus personajes desarraigados, sometidos al vaivén de unos acontecimientos que les obligan a tomar decisiones de las que preferían evadirse. En esa aventura exterior de la que se van desprendiendo pequeñas pistas sobre el pasado de ambos personajes, el cautivo y el vigilante desarrollan una relación sin duda extraña porque el primero no tiene la menor intención de fugarse ni el segundo está muy por la labor de llevarle a una muerte segura. Dos actores magníficos (Viggo a la cabeza) se mimetizan con el paisaje y el arisco clima, siempre en soledad salvo en la escena del enfrentamiento con los soldados o la extraña visita al local de Ángela Molina. El final, a medio camino entre una agónica esperanza y una irremediable melancolía, es pudorosamente conmovedor.

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