Después de una larga racha en la que alternaba (pocos) títulos de interés con otros descaradamente comerciales en los que un actor como él no pintaba nada, y que amenazaban con hacer él otro Robert De Niro perdido para la causa del buen cine, Al Pacino pegó un volantazo aceptando proyectos muy modestos que sin su presencia difícilmente verían la luz internacional. "La sombra del actor", este "Señor Manglehorn" y Danny Collins se elevan por encima de sus limitaciones gracias al trabajo de Pacino en tres tres registros distintos: del histrionismo patético de "La sombra..." al patetismo cómico de "Danny..." pasando por la amargura amable de este "Señor Manglehorn" encadenado a un amor pasado y que arrastra con lúcida mesura su decrepitud. Cerrajero con las heridas aún abiertas en la memoria pero que conserva una última llave a una cierta forma de esperanza (u optimismo, su primo hermano), el señor Manglehorn se convierte en manos de David Gordon Green en un buen ejemplo de alma en pena que conserva, a su manera, una dignidad tan excéntrica como sincera. Si bien el director se pasa a veces de rosca por aquello de parecer ultramoderno (el final "poético" es un buen ejemplo) y hay tramos francamente aburridos, ver a Pacino desenvolverse en un papel así bien merece el precio de la entrada. Y sus escenas con Holly Hunter merecen figurar en lo más intenso del año.