"Una de las funciones del intelectual debe ser despertar las conciencias adormecidas y desestabilizar el orden establecido", dijo ayer en el Club FARO el teólogo Juan José Tamayo. ¿Ejercen los intelectuales hoy la conciencia crítica de la sociedad? Esa fue la pregunta que sirvió de título a su charla y a responder esa cuestión dedicó la misma, tras ser presentado por la abogada laboralista Elvira Landín.

Tras explicar de dónde surge la figura del intelectual pasó a dar las claves que, para él, definen al mismo. "Es una persona comprometida -dijo- con la esfera pública. Es una conciencia crítica del poder que a veces llega a actuar como iconoclasta demoledor. Y no solo critica al poder o los distintos poderes (entre ellos los medios de comunicación) sino a la sociedad adormecida, apática y drogada. Es, además, una persona creíble por su coherencia. Y debe ser capaz de criticar a los mismos intelectuales cuando en vez de ejercer la función de críticos se instalan cómodamente en el orden establecido y disfrutan de las prebendas del sistema".

Autor en Fragmenta Editorial de "Cincuenta intelectuales para una conciencia crítica", se planteó Tamayo después cuáles serían para él esas funciones propias del intelectual. "Elaborar una narrativa de la historia alternativa a la visión oficial u oficialista sería la primera", dijo en el tono clarificador que distinguió su conferencia. La segunda función sería, según él, contribuir a la construcción de espacios de convivencia y diálogo. "En vez de convertir a la sociedad en un campo de batalla -dijo- lo que debe hacer es romper los guetos, las sociedades amuralladas. El intelectual siempre reconoce la riqueza que supone la diversidad y nunca es un fundamentalista que afirma que la verdad está en uno u otro lado".

Imperatividad de la ética

Defender criterios éticos de vida que son imperativos, principios morales de referencia común, es otra de las funciones que enumeró el teólogo. "Entre esos criterios éticos -matizó -está que el tener y el poder deforman la vida humana y empobrecen la inteligencia de las personas". Una cuarta función sería que el intelectual argumenta a favor de la paz (no de la paz de los cementerios) y de la justicia. A favor de la individualidad (no el individualismo), la solidaridad y la sociabilidad.

Despertar las conciencias adormecidas y desestabilizar el orden establecido sería otra función "porque parte de la idea de que solo el conflicto y la tensión generan avances sociales". Y contribuir a cambiar los hábitos de vida es otro cometido "porque el intelectual cree que si no vivimos como pensamos, acabamos pensando como vivimos". Los intelectuales, añadió, no se instalan cómodamente en la realidad, sueñan cosas que nunca han existido, van contra la idea de que las cosas son como son y no pueden ser de otra manera "porque las cosas son en realidad como nosotros las hacemos". Por eso, según él, y esa será otra función más, siempre tiene ante sí una doble pregunta: cómo debe ser la realidad y cómo se puede transformar. "Es muy importante que el intelectual piense la realidad de otra forma y que sueñe despierto que otro mundo es posible porque la cultura, la educación no la familia tienden a sofocar los sueños", dijo.

Tamayo habló de los 50 intelectuales que eligió para escribir su libro y acabó la charla relatando las lecciones que aprendió de unos y otros. "La primera -afirmó- es que la razón debe ir acompañada de la esperanza. La segunda, que hay que armonizar en lo posible la biografía con la bibliografía, la vida con el pensamiento".

"En un mundo plural como el nuestro -dijo- y esa seria la tercera lección, hay dos alternativas necesarias para convivir con respeto; una es la interculturalidad y otra el diálogo interreligioso". La cuarta se podría resumir según el teólogo con un lema: me rebelo, luego existo. "El principio de la existencia es la rebelión, no la acomodación". ¿Quinta lección? "Es necesario que convivan ciencia y religión porque son las dos fuerzas más influyentes de la sociedad".