Se cumplirán pronto cincuenta años de ello. El "New York Times", que no había sido excesivamente generoso en las críticas de sus novelas, despidió a William Faulkner con un desabrido obituario: "Mostró en sus escritos una obsesión con el asesinato, la violación, el incesto, el suicidio, la avaricia y la depravación general que no existe en ninguna parte, sino en la mente del autor".

William Cuthbert Faulkner, uno de los más famosos narradores del siglo XX, nació el 25 de septiembre de 1897 en New Albany, Mississippi. Su padre era Murray Charles Faulkner y su madre Maud (Butler) Faulkner. Vivió la mayor parte de su vida en el condado de Oxford, donde asistió a la High School, que abandonó antes de graduarse. Murió el 6 de julio de 1962 de una oclusión coronaria, después de haber sufrido una caída cuando galopaba a caballo, de la que jamás se recuperó.

Por el medio, Faulkner escribió algunas de las grandes novelas del siglo XXcon el Viejo Sur como lugar de inspiración y un espacio que él mismo había imaginado: Yoknapatawpha. Allí permaneció casi toda su vida, salvo el tiempo que estuvo en la Royal Flying Corps y en Hollywood escribiendo guiones para películas que jamás le colmaron y, al contrario, le llevaron a creer que lo único que hacía en California era perder el tiempo que podía dedicar a la literatura. De aquello sacó en limpio su relación extramarital con Meta Carpenter, la secretaria y "script" de Howard Hawks.

Compañía fiel

Una de sus compañías más fieles fue el alcohol, con el que mantuvo una curiosa relación que él mismo consideraba literaria. Hasta el punto de intentar convencer a quienes le rodeaban que sin su botella de Old Crow no hubieran existido El ruido y la furia, Luz de agosto o Santuario, ni siquiera otras ensoñaciones más turbias y como ¡Absalón, Absalón o Mientras agonizo. "La civilización comienza con la destilación", dijo una vez. Su afición por la bebida rivalizaba con las de sus otros dos compañeros de tríada literaria, Ernest Hemingway y F. Scott Fitzgerald. Incluso con la de James Joyce. A diferencia de ellos, sin embargo, a Faulkner le gustaba beber mientras escribía. En 1937, su traductor francés, Maurice Edgar Coindreau, estaba tratando de descifrar una de esas frases barrocas que otra autora sureña, Flannery O´Connor, decía evitar para que su pequeño bote no se empantanase. Se la mostró al escritor, que inmediatamente rompió a reír: "No tengo absolutamente idea de lo que quería expresar", respondió Faulkner. "Verá, escribo por la noche y el whisky mantiene en mi cabeza tantas ideas que luego soy incapaz de recordarlas a la mañana siguiente".

Comprensión

Entre los biógrafos existe diferente grado de compresión sobre el alcoholismo de Faulkner. Joseph Blotner pasa de puntillas por el asunto, no intenta entender la adicción, se limita a dejar constancia de los estragos que produjo en él. Para Frederick R. Karl, la bebida es esencial tanto para mantener a salvo su rebeldía como en su obra. "Si quitáramos el alcohol, es muy probable que no existiera el escritor y probablemente tampoco habría una persona definida". Jay Parini sostiene que había un propósito terapéutico en el alcoholismo. Bebía, según él, para limpiar las telarañas y poner el reloj a cero.

El vino y el brandy no eran los espirituosos favoritos de Faulkner. Le gustaba el whisky. Su bebida preferida era el julepe de menta. Este combinado consistía, según su versión, en una mezcla de whisky bourbon con una cucharada de azúcar, una rama o dos de menta triturada y hielo. Le gustaba beberlo en una taza de metal helado. La palabra "julepe" apareció por primera vez en el siglo XIV para describir una bebida de jarabe utilizado en farmacia. Faulkner era el primero en creer en la eficacia medicinal del alcohol. Sirviese el whisky para confundirlo o no en sus párrafos más oscuros, Faulkner es el único escritor con vocación de pelmazo que a veces recompensa el titánico esfuerzo que supone penetrar en su mundo. Cuando se le preguntó en aquella entrevista del "Paris Review" qué debían hacer aquellos que no entendían lo que escribía incluso después de leerlo dos y tres veces, se limitó a responder: "Que lo lean cuatro".Y siguió embotellando sus ideas en Old Crow.