Asentamientos humanos, de vida comunitaria y en los que el respeto al medio ambiente es el motor del día a día. Son las ecoaldeas, pequeñas localidades en las que sus habitantes luchan porque cualquier actividad –desde la construcción de viviendas, el uso de energía hasta la alimentación o la ganadería– sean 100% ecológicas. Por el momento son una minoría –Galicia cuenta con al menos tres en funcionamiento, entre ellas la de Xestas en Porto do Son, pionera a nivel gallego–, pero la demanda para residir en una no deja de aumentar. "Hay muchísima gente que quiere vivir en una ecoaldea, pero no es fácil porque hay problemas para hacerse con la propiedad o para construir", señala Paul Baker, un británico que hace 18 años fundó un proyecto de este tipo en la localidad lucense de Tanquián.

Las ecoaldeas presumen de ser ecológicas en cada una de sus acciones. Pese a que no existe ninguna norma que obligue a que este tipo de pueblos cumpla ciertos requisitos, apostar por la bioconstrucción y la agricultura y ganadería ecológicas suele ser la primera misión de sus habitantes. A la hora de restaurar o construir nuevas viviendas, estas aldeas recurren a materiales sostenibles, reciclados o que tengan un bajo impacto medioambiental. Lo natural también es el lema a la hora de la alimentación. Las ecoaldeas se caracterizan por una agricultura libre de pesticidas y una ganadería en donde los animales solo consumen piensos bio y disfrutan de más horas al aire libre que en una granja convencional.

Pero el objetivo de las ecoaldeas va más allá. Deben ser autosuficientes y para ello crean pequeñas industrias artesanales de mermeladas, quesos o panes, todo vinculado a un uso sostenible de la tierra. Además, la vida en estos pueblos se caracteriza por realizar un mayor aprovechamiento de los recursos –como la depuración natural del agua–, utilizar fuentes de energía renovables o cumplir los principios de la permacultura para vivir de forma sostenible, reduciendo el consumo y el número de desechos. Con el respeto al medio ambiente bajo el brazo, estas localidades organizan también periódicamente cursos de temas de interés para sus habitantes: desde talleres de elaboración de jabones caseros, hasta claves para construir con paja y barro, clases de yoga o información sobre terapias alternativas.

La vida en comunidad es otra de la características que diferencia a estas localidades de una aldea tradicional. Muchas decisiones, actividades o tareas cotidianas se deciden entre todos los habitantes. Algunas, como La Kabe en Navarra, van más allá e incluso la economía es comunal. "Para mí es la ecoaldea con mayor éxito de España. La toma de decisiones es comunal, no individual, y aunque la fuentes de economía son diversas –elaboración de queso, pan, carne, trabajos externos, etc...– la economía también es comunal", sostiene Paul Baker, quien asegura que las personas que se interesan por vivir en una aldea ecológica son "gente alternativa que quiere tener una vida en el campo en armonía con la naturaleza, pero que también está interesada en vivir en comunidad".

Ese es su caso. Paul, maestro, y su pareja Emmely, orfebre, decidieron irse a vivir juntos tras varios años de convivencia en proyectos comunales. Su objetivo era fundar una ecoaldea, en la que pudiesen residir cuatro o cinco familias y la aldea lucense de Tanquián, en el municipio de Pantón, reunió esos requisitos. Ahora, los cinco residentes habituales con la ayuda de varios voluntarios han logrado convertir la finca de 5,6 hectáreas en una explotación ecológica, en la que hay una vivienda y otros dos pequeños alpendres construidos con materiales respetuosos con el medio. Además de los productos que se obtienen a través de la agricultura ecológica, esta ecoaldea vende mermeladas y zumos de frutas de la propia finca.

Como ella, existen otras dos en Galicia: Xestas en Porto do Son y As Chozas en Serra do Xuido (Pontevedra), según indican desde Amigos da Terra, quienes acogieron el pasado mes el XIV Encuentro de la Red Ibérica de Ecoaldeas, que se celebró en Ourense. La ecoaldea coruñesa de Xestas puede presumir de ser la primera. Los trabajos de recuperación de este pueblo comenzaron en 1973. Siempre basándose en una explotación sostenible y ecológica, esta ecoaldea cuenta con tres casas y varios alpendres así como una huerta, dos estanques artificiales y varios paneles fotovolcaicos que les permite tener electricidad.

Pese el aumento de la demanda para vivir en una ecoaldea, son pocos los que lo consiguen. "Es difícil que la gente se una a un proyecto que ya tiene un propietario o encontrar una aldea que venda fincas a un precio razonable", señala Baker, quien añade: "Lo ideal será comprar varias fincas juntas y luego construir casas sencillas aunque con las normas urbanísticas también es complicado construir".

Vivir en una ecoaldea no supone renunciar a las últimas tecnologías, internet y todo tipo de máquinas modernas también tienen su hueco en estos lugares, donde se apuesta por vivir de forma sostenible.