Savonarola vuelve a la actualidad de la mano del escritor anglo español Felipe Fernández-Armesto y su nuevo libro titulado “1492”. Era un ardiente predicador con funciones de bisagra: para unos, el último frailazo del medievo; para otros, un puritano que apunta a la modernidad entonces naciente.

El territorio material de Savonarola es Florencia -la de Miguel Ángel, la de los Medici- capital cultural del mundo entonces conocido. El círculo espiritual del predicador, la decadencia de una Iglesia cruzada de corrupciones porque la peor de todas, la falta de espíritu, reinaba por las cuatro esquinas. El método del líder religioso, las palabras emocionales por encima de las teologías racionalizadoras. Los resultados trascendentes, una regeneración moral a costa de lo que sea. Los logros sociales, una revolución profunda de la pirámide de poder ya que ejerció también como guía y reformador político. El balance final, la hoguera que él mismo había aplicado a tantos y tantos inocentes. Un estrambote: algunos dominicos, compañeros de orden, han querido llevarlo a los altares a la altura del siglo XX.

En el pedestal cumbre de la humanidad, si por tal se entiende las más altas cotas del arte y del saber, Savonarola instituyó las hogueras de las vanidades donde cada cual arrojaba caras vestimentas, objetos de lujo, afeites exquisitos, libros escasamente piadosos y sobre todo el pecado de soberbia y las depravaciones asociados a él según la mentalidad de la época.

En realidad se trataba de un ejercicio físico y metal de rechazo de los engaños del mundo en el sentido de las sentencias greco latinas tan conocidas entonces. Sí, latía la modernidad renacentista. Pero también la pira devoradora era un acto de propaganda popular y por lo tanto de presión sobre los poderosos que eran, en aquellos tiempos, inmensamente fuertes. Arrojando a las llamas las pertenencias más vistosas se echaba al fuego a los despóticos poderosos siquiera simbólicamente.

Predestinado

Savonarola, nacido en Ferrara el día de San Mateo de 1452, se creía destinado a cambiar el mundo que por otra parte estaba necesitado, objetivamente, de un nuevo rumbo. Y se preparó recibiendo, entre otras muchas materias, clases de retórica para incendiar efectivamente a las masas. Podría vérselo como un adelantado a los expertos en emplear los modernos medios de comunicación social como instrumentos de agitación y propaganda. Pero también, como sucede ahora, quizá lo decisivo no era tanto la forma como el fondo. Y es que no matizaba nada en absoluto al decir públicamente, por ejemplo, que el Papa Inocencio VIII, entonces reinante, era “el más vergonzoso de toda la historia, con el mayor número de pecados, reencarnación del mismísimo diablo”. Sin duda era muy moderno y así lo ve Armesto. Sin duda también aquella sociedad escapa a las visiones simplificadoras que se puedan establecer desde ahora ya que al lado de esa amplísima libertad de expresión estaba la tortura y la hoguera como bien acabó experimentando el decidido predicador.

Pero la historia, como parece indicar el escritor anglo español, no la determinan ni las relaciones económicas, en la línea que propusiera Marx, ni las ideas revolucionarias, según la historiografía clásica y también la moderna, que en eso enlazan, sino que todo depende de acontecimientos de otra escala, de ahí el interés de Armesto por la globalización lograda con el Descubrimiento de América y desarrollada en los siglos sucesivos. Eso sí cambió el mundo más que Miguel Ángel y Savonarola aunque las creaciones del artista y las preocupaciones de religioso también han trascendido el tiempo y lleguen hasta nosotros con visos de plena contemporaneidad.

Puede verse aquel tiempo como una contrafigura del posmodernismo ahora triunfante. Un ejemplo lo testifica. También en el año crucial de 1492, cuando se estaba muriendo, Lorenzo de Medici, tan culto como poderoso y determinado, llamó a su lecho de muerte a Savonarola quien lejos de confesarlo y perdonarle sus pecados lo maldijo y le hizo vivir sus últimas horas aterrorizado por las penas del infierno que según el fraile merecía. No había espacio para las palabras templadas, las diplomacias suaves, las conveniencias sociales, las actitudes diplomáticas y los gestos entregados.

Los Borgia

Cuña de la propia madera, el dominico insistió después en sus ataques a la Iglesia aunque siempre con afán de regenerarla y renovarla. Practicaba sin duda la técnica del shock como mismamente contra los Borgia que eran una mezcla explosiva de poder temporal y espiritual todo en una misma familia.

¿Qué era lo peor, lo más duro, lo menos políticamente correcto que se podía decir? Obviamente que eran unos pecadores -ciertamente lo eran y cómo- y por esa vía se lanzó Savonarola especialmente contra Rodrigo Borgia, que llegaría a ser Papa con el nombre de Alejandro VI. El dominico cercó al poderoso Borgia arremetiendo contra los integrantes de su círculo a los que tachó nada menos que de pecadores, incestuosos y mentirosos. El ya Papa le rogó depusiese su actitud y viendo que nada conseguía por esa vía intentó sobornarlo ofreciéndole el capelo cardenalicio. Obviamente Savonarola tenía la razón, la Iglesia estaba necesitaba de un profundo cambio. Y ya puestos replicó cuestionado la autoridad del Papa, clave de toda la arquitectura romana y por eso imposible de poner en tela de juicio salvo que se aceptasen terribles represalias.

Donde las dan las toman, el Papa contraatacó amenazando con la excomunión a todos los habitantes de Florencia y ante el dilema de ir al infierno o entregar al dominico los florentinos, siempre tan sutiles, abandonan al predicador y lo dejaron a merced del brazo eclesial tan secular entonces.

La geopolítica además mandaba. El rey Carlos VIII de Francia que protegía a Savonarola muere. Aquellos que habían participado con tanto entusiasmo -y con tanto miedo- en las hogueras de las vanidades se pliegan ante la fuerza de los hechos y venden al guía espiritual. Savonarola fue detenido y acusado de herejía, de rebelión y de graves errores religiosos. Conducido a la prisión de Florencia fue torturado durante cuarenta y dos días seguidos en compañía de sus más estrechos seguidores.

No pudo resistir tanta presión y firmó su arrepentimiento con el brazo derecho que los torturadores habían dejado intacto para que pudiese suscribir una confesión de culpa. El documento fue suscrito el 8 de mayo de 1498. La modernidad que proclama y al tiempo critica Armesto se esfuma en la dialéctica entre la mística y la racionalidad. Ciertamente, no son las luces las que han puesto los cimientos de nuestro tiempo sino las ráfagas de los iluminados y hasta los resplandores de las hogueras en las que hicieron arder a tantos y tantos y, en fin, acabaron siendo su propio destino.

El dominico renegó de esa confesión salvajemente forzada por la tortura pero así eran las cosas. Aún escribió -no es fácil entender cómo- una pequeña obra titulada “Obsesionado conmigo” y junto a sus compañeros de infortunio fue llevado a la hoguera el 23 de mayo de 1498 donde las llaman redujeron a cenizas sus cuerpos porque los verdugos, que cumplían órdenes muy precisas, no quisieron que quedase ni el más mínimo resto susceptible de ser convertido en reliquia. La pira se había instalado, claro, donde habían ardido tantas veces las hogueras de las vanidades. “El que más quemó es ahora él mismo pasto de las llamas” dejó escrito un testigo de la bárbara ejecución.

Precursor de Lutero

¿Un precursor de Lutero? El móvil era el mismo, la regeneración de la Iglesia, pero no había en el italiano ningún afán teológico, ninguna revolución en el pensamiento profundo, ninguna tesis nueva sobre los dogmas de siempre. Tampoco fue tan allá en el calor de sus prédicas el alemán. Puestos a marcar diferencias uno acabó mal y el otro bien tanto en lo personal como en cuanto al triunfo extendido de sus ideas y planteamientos.

Derrotado, sí, pero como un Guadiana apareció Savonarola una y otra vez. Al poco de su muerte los franciscanos reivindicaron los aspectos luminosos de su biografía como lo relativo al desprecio de los lujos, las soberbias y las ataduras del mundo. Incluso en el siglo pasado se pensó en hacerlo santo. Armesto lo ve a caballo del año decisivo de la humanidad.