La ciudad de Vigo está de luto por la pérdida de su poeta rebelde. Carlos Oroza, considerado como uno de los mejores autores de este género literario a nivel nacional, falleció ayer a los 92 años en el Chuvi tras una larga enfermedad que en los últimos tiempos había debilitado su frágil estado de salud.

Diferente y heterodoxo, Carlos Oroza fue un grande s de las letras contemporáneas, un autor libre y rebelde, con un estilo propio. Autor de "Eléncar",(1974), "Alicia" (1985), "En el norte hay un mar que es más alto que el cielo" (1977) y, sobre todo, "Évame", libro cumbre en el que recopila toda su obra poética, su muerte deja una huella que perdurará para siempre sobre todo en la ciudad olívica, en la que residió sus últimas tres décadas, su fuente de inspiración a base de largos paseos, conversaciones con sus gentes y la contemplación de su alma.

No obstante, hace dos años fue honrado con el nombramiento como Vigués Distinguido, y en el pasado pleno del mes de octubre de la corporación de Vigo los partidos acordaron realizar un homenaje a su figura y dar su nombre a una calle en el centro de la ciudad, en el entorno de Príncipe.

Nacido en Viveiro, en los años sesenta se hizo popular en el ambiente literario-poético gracias a recitales que dio por toda la geografía española. Durante su estancia en Madrid por aquella época, uno de sus amigos, el escritor Francisco Umbral, le definió como "el poeta maldito del Café Gijón". Y desde aquel momento se ganó una fama como gran rapsoda, en el que lograba hacer temblar al público con su voz arrolladora y la magia de sus versos. Siempre defiendía que la poesía debía ser interpretada, lejos de la "cárcel" de las páginas de papel. Eso hizo que mucho más que escribir poesía y se centrase a lo largo de sus últimos años en proyectos multidisciplinares, heterodoxos, como él, y siempre llenos de magia poética.

Luminosidad

En una de sus últimas entrevistas, el autor reconocía que Vigo era "la ciudad donde hay más luz de Galicia", una luminosidad que protagonizó muchos de sus poemas y en la que encontraba una gran fuente de inspiración. También era fácil encontrarle de paseo por las calles viguesas, ya que él mismo reconocía que se trataba de "un ejercicio espiritual" que le permitía "contemplar y darle alma a lo contemplado".

"Yo siempre llevo la poesía en la cabeza", aseguraba, "porque para mirar la vida hay que tener un sentimiento poético", decía Oroza. Un sentimiento que tocaba todo lo que hacía y lo convertía en poema para ser recitado.