En los veinte, una viuda de veintinueve años (Blake Lively) conduce su coche por las afueras de San Francisco y tiene un accidente que acaba con ella en el fondo de un río. Por varias coincidencias mágicas que se encargan de contarnos con voz en off, la chica se convierte en una inmortal condenada a vivir (y a vagar) con esa edad para siempre. Esta es la premisa fabularia con la que Lee Toland Krieger plantea su película y, de arranque, le sale bien la jugada. Se trata, de alguna forma, de encapsular el siglo XX como ocurría con la magistral "El caso de Benjamin Button" de David Fincher bajo la apariencia de un cuento romántico-fantástico. Pero mientras que la película de Fincher tenía unas miras amplísimas, "El secreto de Adaline" busca el tono de bestseller, un bestseller bien construido, aunque muy cerrado por sus flancos.

Gracias a Blake Lively, actriz extraordinaria y guapísima, el metraje aguanta todo aquello que Toland Krieger quiere contar: las contradicciones de la vida eterna, con esas conversaciones entre su "hija" Ellen Burstyn en el medio; las licencias de cuento; o, lo que es más importante, el reencuentro con un antiguo amor, un estupendo Harrison Ford, padre del actual novio de la protagonista. Este triángulo, que podría haberse planteado con muchísima más mala leche, es de lejos lo más desaprovechado del metraje. Tres actores en vena y la contradicción terrible que proviene de ese primer amor desaparecido que regresa en forma de la novia de tu hijo se podría haber desarrollado con mayores oscuridades pero el director se decide por lo fácil. En una de las escenas, a punto de reventar, Ford descubre que Lively fue aquella chica que amó en los sesenta y que le coloca en una posición difícilisima, entre regresar a los brazos de la que quiso, físicamente todavía igual que entonces, y entonces destrozar a su familia o alejarse de ella. Este dilema, que en manos de cualquier otro podría acabar en una reflexión necesaria, sexual y muy atormentada sobre la importancia de la mortalidad y sobre la soledad de los seres eternos, aquí se edulcora y se resuelve a bandazos. No decepcionaría "El secreto de Adeline" si todo lo que nos condujo hasta su final hubiese sido manejado con maldad y un cierto talento. Tras los créditos, el filme deja un regusto a oportunidad perdida, aunque haya que valorarle muchas cosas buenas, justo aquellas (una gran producción, un extraordinario reparto, una premisa interesante) que la convierten en una pequeña gran decepción a medida que avanza el metraje.