Damien Jurado es uno de esos pequeños grandes secretos de la "americana". Su nombre está asociado al neofolk que surgía en los noventa apegado al indie. La sensibilidad de Nick Drake con un sonido cercano a Smog o Elliot Smith que se empapaba de lo-fi. Melodías maravillosas y una voz expresiva, entre lo quebradizo y la ensoñación. Los dos últimos discos de su carrera lo muestran expansivo, acercando esa música de raíces a la ensoñación neo psicodélica de Yo La Tengo o a los arabescos sonoros del último Bon Iver.

Había una posible duda (no tanta, en nuestro "Visado" el cantautor ya lo advertía) de si su puesta en directo sería una transcripción de su último sonido, sutil pero barroco, o un concepto diferente, el del "one solo man band". Jurado y su guitarra, eso obtuvimos ayer noche (más ocasional voz doblada). Y no es poca cosa, por supuesto. Jurado posee una voz bella y virtuosa. Emocionante siempre. Es un tipo de concierto que no obedece al circo habitual. Ni lucecitas de colores ni ropajes glamurosos, solo un tipo con un talento pulido tras lustros de tocar, sentado en una silla, con su guitarra acústica, desgranando un cancionero notable. Con actitud afable pero reconcentrada, de escaso contacto con el público, con un dominio de su voz apabullante, y con algo especial, intangible y difícilmente explicable.

Damien Jurado posee esa magia que logra hipnotizar a un auditorio y con temas como "Jericho Road" o "Silver Timothy", con la que abrió la noche, te saca del mundo y te mete en una burbuja de música de ensueño. Antes, teloneó Courtney Marie Andrews, más folk íntimo, sensible y preciosista, y también más ortodoxo.