La estación soviética Mir acabó sus días sumergida en el océano Pacífico en el año 2001. Atrás quedaban trece años de misiones del primer laboratorio espacial para investigación. Desde la Mir, cuyo nombre en ruso significa "paz" o "mundo", el comandante Sergei Krikalev contempló cómo se derrumbaba el suyo. Cuando fue enviado a su misión, en mayo de 1991, la URSS todavía existía. Cuando regresó, cinco meses y una semana después de la fecha en que le habría tocado volver, su país era Rusia y la ciudad donde nació había sido rebautizada con su viejo nombre, San Petersburgo, y dejaba de ser Leningrado.

Pero esas cosas no se ven desde el espacio a 400 kilómetros de altura. Desde allí, como afirmó ayer este cosmonauta ruso, "se ven los bordes de los océanos, las montañas y los ríos, pero no se ven las líneas de las fronteras". "A diferencia de los mapas, donde se pintan los países de diferentes colores, desde el espacio eso no existe, sino que todo se ve de modo similar", añadió Krikalev ayer tras reunirse en San Caetano con el presidente de la Xunta de Galicia, Emilio Pérez Touriño.

El hombre que ostenta el récord de permanencia en el espacio, que logró en 2005 al sumar una estancia de 803 días, 9 horas y 39 minutos, casi dos meses más que su colega Sergei Avdeyev, se quedará en Galicia poco tiempo. Lo justo para abrir hoy el programa de la XII Noite Galega das Telecomunicacións e da Sociedade da Información, que este año estará dedicada a las telecomunicaciones y el espacio y será presidida por el titular del Ejecutivo autonómico.

Aunque las canciones inspiradas en él y los periódicos de la época insistieron en su momento en la soledad del cosmonauta, Krikalev lo desmiente: "Estábamos siempre demasiado ocupados para sentirnos solos". "Es cierto que tuvimos que esperar mucho tiempo, pero en el programa espacial hay muchas cosas que hacer", explicó.

"A veces", recalca, "hasta es difícil mirar hacia afuera por la ventana para ver por dónde estás volando". En ocasiones, Krikalev, que participó en seis misiones en las que salió a pasear por el espacio ocho veces, echa de menos esa sensación. "Si estás volando, echas de menos tu hogar, y cuando vuelves a casa, echas de menos volar. Creo que nos pasa a todos", comentó ayer.

Este ingeniero mecánico también aprendió otra cosa en el espacio: a amar a La Tierra. "La Tierra se ve desde el espacio como un lugar hermoso, donde mucha gente ha vivido a lo largo de muchas épocas y muchas generaciones". "Desde el espacio se entiende mejor que debemos ser más cuidadosos con nuestro hogar", concluyó.