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Origen de la hoguera de San Juan

Mosaico sobre la ruta jacobea, en el claustro del Monasterio de Poio. // Gustavo Santos

Uno de los pueblos que nos dejó sus raíces, tradiciones de filosofía panteísta y humana fueron los Celtas. Tiene su origen en Oriente. Su religión es tribal, adoraban como elementos naturales positivos al fuego, al sol, al agua, a la tierra. Temían a la oscuridad, a los vendavales, a las tormentas de crueles rugidos y rayos de amenaza. Celebraban los solsticios.

Su símbolo era un triángulo rectángulo y su número sagrado era el tres. Ya por crecimiento, ya oprimidos por otras tribus, una gran parte emigraron al oeste de Europa. Su símbolo se transformó en la unión de los triángulos con seis puntas. Número sagrado el seis.

Terminaron ocupando el norte de Europa y el norte de España, añadiendo a su símbolo otro triángulo, siendo el número sagrado el nueve.

Este símbolo representa la armonía entre lo opuesto. Cada uno de los dibujos de los extremos representan la dualidad, y la raya que se encuentra en el medio simboliza la armonía entre ellos.

Sus creencias eran sencillas. Creían en los hijos de la luz como el bien, y en los hijos de la oscuridad como el mal: enfermedades, catástrofes...

Los inviernos eran duros, con días de poca luz, dominados por los hijos del mal. Se defendían con ajos, conjuros, brebajes recomendados por sus druidas, originando las queimadas y los conjuros.

El solsticio de verano lo celebraban adorando al fuego, saltando las hogueras nueve veces en Galicia. Luego se lavaban con agua purificada con las benefactoras hierbas buenas. Así espantaban a los espíritus de las tinieblas y se fortalecían para labores agrícolas, ganaderas y las necesarias para el sustento de las tribus.

En la romería de San Cibrán hay que dar nueve vueltas alrededor de la ermita arrojando una piedrecita al tejado. En A Lanzada, el baño de las nueve olas, iluminando por la embelesada blancura de la luna, con la falsedad de sus caras. Las jóvenes buscan la fertilidad.

El humanismo cristiano respetó estas tradiciones, impregnándoles un espíritu comunitario, la igualdad entre pueblos. Se fueron hermanando, celebrando los solsticios con un transfondo celtismo, reforzado con el mensaje humanista de Cristo.

En esta semana se celebra en Poio la fiesta de San Juan; al día siguiente la de Santa Tramunda. En la noche de hoy, la playa de la Seca exhala un apetitoso olor de sardinas, inmoladas en honor a nuestros paladares, acompañadas de un espirituoso licor: " Vinum hominum cor laetificat".

Amanece. El eirado del Monasterio está festivo. Los parroquianos y vecinos de otras parroquias se van unificando, dejando en sus casas sus diferencias. Es día de fiesta. Unos pocos asisten a la santa misa; todos se agrupan en la procesión.

Pocos conocen la riqueza cultural del Monasterio. Está abierta a las inquietudes de conocer nuestra historia. Me recreé en el claustro con su llamativa y artística ruta jacobea, realizada en mosaico romano. También el comedor de la hostería. Todo realizado por los Padres Mercedarios. Son dignos de ver.

Siguen los festejos, petardean a este vengativo sol, los gritos de los niños, los recuerdos de antaño, las soluciones del momento. Se reúnen y se comparten.

De esta maravillosa fiesta de San Juan emanan unos valores que algunos quieren eclipsar: Unidad entre pueblos, respetándose y juntos luchar por el bien de todos los parroquianos, ciudadanos.

Disfrutar del solsticio de verano. Quemad en el fuego todos los meigallos, todo lo negativo.

Purifiquemos con nueve saltos o vueltas junto al embrujador fuego y nos retorne nuestro espíritu gallego: amante de la libertad y el hermanamiento con otros pueblos, buscando una mejor calidad de vida para todos.

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