Vincenti no tuvo que morirse, como sucede habitualmente y acabamos de comprobar con Suárez, para sentirse querido y verse recompensado por las incontables y exitosas gestiones que realizó en favor de Pontevedra desde la capital de España. Entre otras muchas distinciones, recibió en 1888 el título de hijo adoptivo y al año siguiente se bautizó con su nombre toda la zona ajardinada que surgió de la antigua feria de ganado, popularmente conocida como Las Palmeras. La biografía de este telegrafista venido a más resulta sencillamente apasionante.

Cada venida suya a Pontevedra era una fiesta que se organizaba en la estación del tren y que continuaba hasta su domicilio en olor de multitudes. A su fallecimiento ocurrió lo mismo, pero el jolgorio se transformó en mutismo.

"Aquella multitud que tantas veces había acudido a la estación, ruidosa y entusiasta para aclamarle, fue ayer acongojada y silenciosa para reverenciar su cadáver", contó un periódico local.

Toda la ciudad estuvo allí a las cinco y media de la tarde de aquel domingo 6 de abril de 1924 cuando llegó el tren correo que trasladó su cadáver. Cuarenta y ocho horas antes Vincenti había muerto en Madrid, donde ejerció como alcalde y también gozó de gran popularidad.

Su entierro multitudinario compitió en solemnidad y sentimiento aquel año con la manifestación de duelo tan impresionante que los pontevedreses dedicaron algunas semanas antes a Celso García de la Riega y repitieron unas semanas después con Eugenio Montero Ríos. En este sentido 1924 resultó un año aciago para Pontevedra por la pérdida de tan ilustres personalidades.

Todavía con el recuerdo muy fresco en la memoria de sus fieles electores, una corporación presidida por César García Solís adoptó el 8 de abril del mismo año 1924 el acuerdo siguiente:

"Que la superficie que ocupa el Teatro Circo que se está derribando se convierta en parque de recreo para juegos infantiles y que al centro del mismo sea trasladado el monumento a don Eduardo Vincenti donado al Ayuntamiento por la Asociación Nacional del Magisterio, puesto que los jardines llevan ya su nombre, los edificios oficiales que la rodean han sido construidos con su protección y los niños que han de disfrutar del parque han sido siempre su amor predilecto".

Dicho y hecho. Nada menos que noventa años hace, por tanto, que comenzó a configurarse esa zona de juego de Las Palmeras tal y como se conoce y disfruta en la actualidad. Los cambios han sido mínimos en todo ese tiempo, pero su esencia se mantiene inalterable.

Naturalmente el paso inicial se centró en el traslado del conjunto escultórico que dos años antes se había instalado en el jardín posterior del Grupo Escolar (hoy delegación de Defensa y antes Gobierno Militar). Su inauguración se había celebrado a finales de febrero de 1922 y un nutrido grupo de escolares pontevedreses que arroparon y casi engulleron al homenajeado, llenó de alegría y puso colorido al acto oficial.

El edificio diseñado por Alejandro Sesmero en su origen para agrupar todas las escuelas infantiles de esta ciudad se había financiado en buena medida con una importante subvención gestionada, como no, por el propio Vincenti. Por eso él mismo había elegido aquella modesta ubicación frente a cualquier otro lugar más relevante, no sin cierta polémica por alguna voz malintencionada.

A este respecto la moción aprobada por la corporación municipal incluía en su emotivo texto una significativa explicación: "Muerto ya el señor Vincenti, a quien tanto debe Pontevedra, el Ayuntamiento está en el caso de honrar su memoria de un modo ostensible como tributo merecido de reconocimiento y gratitud, dado que hoy nadie podrá atribuir a egoísmos bastardos cualquier iniciativa encaminada a perpetuar la memoria de tan querido representante y bondadoso benefactor del pueblo".

Aquel acuerdo plenario tenía un epílogo que viene hoy muy al hilo de esta efeméride. "Ya que en vida --decía-- se acercaba el señor Vincenti a los niños, procuremos de este modo que en su muerte sean los niños los que se acerquen a él".

Sin duda esa declaración se torna hoy una sugerencia muy adecuada para que a pie del parque de los columpios, padres y profesores expliquen de cerca a sus hijos y alumnos quién es ese señor que observa sus juegos de forma impasible y complaciente.