Las diversas artes de pesca proporcionan unas capturas de distinta calidad, que viene determinada por la correcta conservación de la capa de escamas. Las sardinas que mantenían intacta esta protección eran destinaban a la elaboración de las salazones más valoradas, la sardina arencada o do fume. Las capturas de los xeitos eran consideradas de muy baja calidad, al sufrir durante horas el enmalle, del que trata de librarse mediante movimientos violentos, que ocasionan la pérdida de buena parte de la escama; los mareantes coruñeses, en 1537, consideraban que las mareas realizadas con esta modalidad de aparejo sale muy dañada y molida y esto porque está mobido e dando consigo golpes en la dicha red, donde ansy se prende y muere. Esta valoración es la misma que expresa Sáñez Reguart, en la segunda mitad del siglo XVIII: según los prácticos, para la salazón y espicha no es muy apetecible por causa del molimiento o quebranto que padecen estos peces luego que, introducida su cabeza en la malla de la red se ven aprisionados, por los violentos esfuerzos que hacen por desairse, en que pierden no poca parte de sus escamas, las quales, cogido de otra manera, los mantienen aún después de muerto entero y sin maceración, que es el estado más provechoso para que con el beneficio de la sal puedan conservarse mejor largo tiempo.

La sardina de calidad era la que proporcionaban las artes de cerco, ya fueran sacadas o cercos, como explicaba Cornide Saavedra, en 1774, refiriéndose a una variedad de sacada, la traíña: la traíña largada en la mar y recogida en ella misma, sin tocar el fondo, en un tiempo que la sardina está en su sazón, no sólo altera aquel, sino que, sosteniendo la pesca en medio de las aguas, la mantiene en su estado natural, hasta que se recoge a los barcos. Y sin moverla, ni maltratarla conserva la escama, tan esencial para que la salazón sea perfecta.

Pesquerías gallegas

Los cercos aportaban a las pesquerías gallegas, además de unas cuantiosas mareas, dada la extensión de las redes empleadas, unas capturas de magnífica calidad. Conocemos el momento exacto en que estas artes de grandes dimensiones son adoptadas por los mareantes gallegos. El testimonio de Alonso García de Rajoo, miembro de una de las familias más ligadas a la pesca, comercio y gobierno municipal de la villa, y que, en 1507, afirma ante el tribunal de la Real Chancillería de Valladolid: de 21 años a esta parte los veçinos de Pontevedra pescan con unas redes que se llaman çerco. Lo sabe, porque este testigo ayudó a haçer las primeras redes de çerco que se hiçieron en Pontevedra, testimonio que sitúa en el otoño de 1484 la armazón del primer cerco en las Rías Baixas y, posiblemente, en las costas gallegas. Otras aseveraciones, que hacen referencia a la introducción de los cercos en otros caladeros, manejan las mismas fechas: un interrogatorio, realizado en 1528, en A Coruña, afirma que la presencia de los cercos en la bahía herculina no posee una antigüedad de más allá de 40 años.

También se puede señalar la procedencia geográfica de los cercos, que no es otro que los estuarios del Tajo y Setúbal, que ofrecen unas bahías protegidas, pero también el puerto de Lagos, en el Algarve; los representantes del tercer estado en las Cortes de Évora de 1481 solicitan del monarca la prohibición de los acedares (cercos) que afuyentavam a sardinha dos ríos de Lisboa e Setúbal. En 1490, ya funcionaban veinte acedares en Lagos, a los que se les suponía una antigüedad de cinco o seis años. Sin embargo, durante los años centrales del siglo XVI, el puerto de Pontevedra se vio frecuentado por mercaderes del Algarve (Portimao, Silves, Lagos?), interesados en adquirir y comerciar partidas de sardina arencada, lo que parece indicar la incapacidad de las pesquerías portuguesas para cubrir la demanda de sus poblaciones. Los cercos o acedares, que operaban en las inmediaciones de Lisboa se mantienen, a juzgar por los testimonios de los mareantes de la cofradía do Corpo Santo de 1582 y 1597; sus capturas sería absorbidas por el insaciable centro de consumo que era la plaza de Lisboa.

Rentabilidad

La rentabilidad de estas artes de grandes dimensiones, y que emplean un número considerable de embarcaciones y una elevada participación de brazos, lo cual implica unas inversiones considerables, depende de la abundancia de las mareas. Si los cardúmenes de sardina que visitan las rías no son lo suficientemente compactos y numerosos, no resulta rentable invertir en su captura y es preferible desmontar los inmensos cercos y optar por artes más económicas, como pueden ser los xeitos. La abundancia o escasez de los bancos de sardina, aparte de sus cíclicas ausencias, se relaciona con la evolución climática: el incremento de las temperaturas en las latitudes medias del Atlántico, en los años finales del siglo XV, provoca la marcha de las especies propias de aguas frías, como los bacalaos y las ballenas, hacia latitudes septentrionales (Terranova), pero favorece la concentración de los bancos de sardina en los caladeros de Bretaña o rías gallegas.

A los bancos de sardina siguen hasta las costas peninsulares compactas poblaciones de túnidos, que basan su alimentación en la ingestión de clupeidos. La instalación de almadrabas en el Algarve, destinadas a la captura de grandes ejemplares de atunes, se corresponde con intentos semejantes en la costa gallega, aunque habrá que pensar en artes orientadas a la captura de especies de menor tamaño, en concreto, los bonitos. Para la captura de los errantes atunes rojos se emplean en las playas andaluzas, desde tiempo inmemorial, las inmensas artes de tiro conocidas como almadrabas de tiro, que precisan cada una de ellas de hasta unos trescientos hombres de cabo y cuerda, que acerquen los ejemplares capturados a la costa. La misma técnica que será utilizada por los cercos o acedares con los bancos de sardina.

En Lagos es bien conocida la introducción de almadrabas, en los años finales del siglo XV, pero también de cercos o acedares, destinados a la captura de las sardinas. La correspondencia entre ambas artes fue evidenciada por fray Martín Sarmiento, en los años centrales del siglo XVIII, preocupado, al tiempo, por restablecimiento de las almadrabas gaditanas, propiedad del duque de Medina Sidonia, y de los por entonces abandonados cercos gallegos, a través de la intervención de su hermano, el ministro de la Provincia de Marina de Pontevedra: la almadraba de tiro no es otra cosa que un cerco de redes para las sardinas, salvo que las sardinas no son atunes y que las atalayas no están en torres, sino en dos barcos ligeros en los cuales van los exploradores y se adelantan para avisar si hay o no sardina y hacia donde anda.

Las analogías entre los cercos gallegos y las almadrabas andaluzas y portuguesas no van más allá de los aspectos técnicos; la radical diferencia en la concepción del derecho a participar en las pesquerías y, por tanto, en la propiedad de los medios de producción y reparto de los beneficios, distancia ambas situaciones, otorgando un carácter señorial y monopolista a las empresas pesqueras del sur, frente al gremial y abierto a la totalidad de los vecinos en las pesquerías gallegas. Las almadrabas andaluzas poseen un carácter señorial, monopolio de la alta nobleza: las pertenecientes a la casa ducal de los Medina Sidonia en la costa gaditana lo son por donación real, que se remonta a los años finales del siglo XIII. Las mediterráneas de Denia y Javea siguieron el mismo camino, al ser traspasadas por Felipe III a su privado, el duque de Lerma. Los raros ejemplos de instalación o de intentos de instalación de almadrabas en las costas gallegas también los son en régimen de concesión real a personajes destacados de la vida local. En Lagos, las almadrabas y cercos son incorporadas al patrimonio real portugués, cuya explotación cede a particulares mediante contratos de arrendamiento.

En la costa gallega resultaría impensable privar de la pesca de la sardina a la numerosa masa de marineros que la capturaba con los xeitos, lo que constituía su medio de vida. El trato que dispensen a los cercos los titulares de los señoríos y las cofradías de mareantes será ambivalente e incluso, aparentemente, contradictorio, al dotarles, en lo posible, de un régimen de privilegio sobre las restantes artes pesquera, reservándoles la totalidad de los caladeros durante la temporada otoñal de la sardina. Pero, en compensación, transformarán estas armazones en unas artes gremiales, en las que puede participar cualquier vecino, y no sólo mareante, de los puertos donde se arman.

En principio, todo morador podía apuntarse como quiñonero de uno de los cercos que se armaban en la villa; bastaba con que aportase un paño de red, que uniría a los restantes para conformar la armazón. A pesar de que en los cercos participan armadores de navíos y mercaderes, que aportan los trincados, las embarcaciones que transportan los aparejos, o las versátiles pinazas, que calan la red en los lances, a sus propietarios no les está permitido concentrar en sus manos un elevado número de participaciones: si los integrantes más humildes de la compañía, como puede ser una viuda, consigue con su paño de red dos quiñones, el propietario del trincado percibe tres o, a lo sumo, cuatro quiñones; cada uno de los maestres de las cuatro pinazas que participan en los cercos acostumbran a ser recompensados con dos quiñones, aunque debiendo indemnizar al cuerpo del cerco con cuatro ducados.

*A Sabino Martínez.