Las reclamaciones, al maestro armero. El origen de esta frase se remonta a 1703 cuando Felipe V creó el cargo de maestro armero. Era la figura militar dedicada a las reparaciones y mantenimiento que el armamento requería y era a él a quienes debían dirigirse los soldados cuando algún arma presentaba algún problema. Uno de estos maestros es el dezano Emilio Vázquez Varela de Romariz, Trabancas (Agolada). Es militar de carrera en la especialidad de mecánico de armas y actualmente, presta sus servicios en la Brilat de Pontevedra. Ya le concedieron las tres cruces de la Constancia en el Servicio. A estas se suman dos medallas al Mérito Militar con distintivo blanco, una mención honorífica y la medalla de Irak por la participación en la misión de 2003. Casado y con dos hijos vive en la parroquia de Goiás (Lalín).

En febrero cumplió 30 años de servicio y por ello, le acaban de conceder la Cruz de Oro a la Constancia cuya entrega está prevista para el 7 de junio, pero se desconoce si debido a la pandemia se podrá o no celebrar. "Tras hacer la FP de electricidad en Lalín ya me correspondía hacer el servicio militar, pero unos días antes hablé con un compañero, que se había incorporado como voluntario especial, y me aconsejó hacer lo mismo porque así aprendería una especialidad y empezaría ya cobrando un sueldo". Y así empezó todo. "Para optar a una especialidad puse primero electricidad, después, mecánica del automóvil y de tercero, mecánico de armas". Y fue admitido en esta última. "Tuve que hacer las pruebas físicas y culturales y estoy muy agradecido porque es una especialidad muy satisfactoria". Ya desde joven pensó en dedicarse al servicio de España. "Porque habían venido al colegio a darnos información y siempre veía en la televisión películas de militares y me llamaba la atención". Su familia lo llevó bien. "Porque como sabían que tendría que hacer ya la mili", cuenta y además, tiene un tío que fue militar.

Su primer destino fue el Instituto Politécnico número 1 de Madrid donde realizó la instrucción militar y la formación técnica de la especialidad y de ahí pasó al Parque Central de Mantenimiento de Armamento y Material de Artillería número 1 de A Coruña. Estuvo dos años y medio porque después cerró y trasladaron todo a Valladolid, pero se quedó en Galicia en el Regimiento de Artillería Antiaérea número 76 de Ferrol, en donde estuvo diez años compaginando tareas administrativas con las propias de mantenimiento de armamento. Tras cerrar este se desplazó al Grupo Logístico de la Brilat de Pontevedra en la Base General Morillo. Cumplirá en junio 18 años en este destino.

"Nos encargamos en el taller de las tareas programadas de inspecciones y calibraciones de armamento de las distintas unidades de la Brilat. A mayores atendemos casos personales por si alguien perdió alguna pieza o accesorio o si es necesario reparar algo. Y me produce una gran satisfacción tener el armamento preparado y dispuesto para todos los compañeros porque es una herramienta de trabajo fundamental". Al principio de año preparan un calendario mensual, trimestral, semestral y anual. "Cada armamento precisa de sus inspecciones y calibraciones en determinados momentos y por eso se programa todo", recalca. Llevan a cabo tareas de segundo escalón en su propia unidad y también de tercero escalón. De esta última, también se encargan en las unidades de A Coruña y Asturias que son revisiones más rigurosas y viajan a estos lugares una vez al año. "A menudo nos reciclamos en conocimientos dado la modernización del armamento", subraya Vázquez.

Estuvo en una misión en Irak en 2003 durante cuatro meses. "Como experiencia fue muy dura por las inclemencias meteorológicas, y de hecho, a las pocas horas de llegar allí ya sufrimos ataques iraquíes. Aterrizamos en Kuwai hasta la base asignada, en Malilla, y tardamos dos días en llegar a 50 y algo grados. Nos encontramos con mucho polvo en las carreteras y esto provocaba que se nos atascasen los filtros de los convoyes y que tuviésemos que parar a cada poco al averiarse uno. Si te quedabas en el coche te asabas de calor, pero si bajabas te quemabas los pies en la arena. Veíamos niños, de unos cuatro años, que no sabías de donde salían, allí en la carretera pidiéndonos agua y no teníamos ni para nosotros", recuerda y asegura que es difícil sacar algo bueno de esta experiencia. "Lo único la unión que haces con los compañeros". A lo largo de estos años son muchas las anécdotas y destaca una que le provocó un arresto. "Estando en A Coruña de Cabo, que aún vivía en el cuartel mientras buscaba piso fuera, me desperté y no conseguía abrir los ojos porque tenía conjuntivitis. Me vestí como pude y bajé a formarme dejando la cama sin hacer y por ello, me sancionaron dos días, es decir, sin poder salir del cuartel. Pero me llevaron al botiquín y me mandaron al hospital militar, que lo teníamos a 200 metros, y allí me dejaron una semana ingresado por conjuntivitis porque con el tiempo, el hospital cerró y pienso que querían tener gente para que no cerrase".

Con la llegada del coronavirus, quedó más que demostrado la importancia de los militares que están al pie de cañón. "Creo que queda constatado nuestra importancia desde hace varios años desde que se creó la UME. Llevamos años colaborando con la Xunta con las patrullas de incendios a través de la operación Centinela Gallego y yo fui de los primeros que, de aquellas, fue la zona de A Barbanza. Estabas allí durante tres días con la tienda de campaña en el monte. Ahora los Concellos ceden locales. Creo que está súper demostrado que estamos ahí para ayudar a la población civil, e incluso, en Pontevedra solicitan apoyo para competiciones deportivas, incluso, mundiales".