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Madres emprendedoras con líneas rojas

Jenny y Lucía Cascallar renuncian a más ingresos para poder disfrutar más con su familia

Jenny y Lucía Cascallar muestran algunas de las elaboraciones que realizan en su establecimiento de A Baldosa. // I. Abella

Conciliación familiar y emprendimiento laboral son cuestiones de difícil maridaje. Solo cuando se establecen determinadas líneas rojas la posibilidad de compartir con los hijos y las parejas lo maravilloso de lo cotidiano puede ser posible.

Lucía Cascallar Abalo y Jenny Cascallar Taboada son el vivo testimonio de las dificultades para encontrar tiempo en 24 horas y atender los quehaceres que se derivan de ser madres, trabajadoras y propietarias de un negocio cuyo éxito en ocasiones se convierte en un enemigo al que deben domesticar.

Todo empezó en el verano de 2018. Tras comprobar en muchas comidas y reuniones familiares a lo largo de los años que su mano para la repostería no pasaba desapercibida, sino más bien recibía alabanzas, empezaron a pergeñar una idea que se fue alimentando en su condición de desempleadas. "Un día hablando las dos decidimos lanzarnos a la piscina, pero con mucho miedo", apunta Lucía.

De aquel sí inicial hasta que se produjo la apertura de puertas de su "Anakiños" pasaron únicamente tres meses. Entre medias hubo que encontrar la financiación necesaria, pero lo que no se paga con dinero también. El apoyo de la familia fue la clave de todo, no solo para animarse con el negocio, sino también para tener la tranquilidad de que sus hijos siempre tendrían con quien estar durante las largas jornadas de trabajo de sus madres.

El paso de desempleadas a emprendoras también necesitaba de una entereza anímica a prueba de bomba. "Al principio lo veíamos todo negro", apunta Jenny Cascallar. De aquellas primeras consultas administrativas a la aparición de dudas apenas hubo dilación. Sin embargo, la firmeza en la decisión adoptada superó aquellos lógicos miedos.

Una vez lograron que los rodillos, los moldes y los hornos pasasen de pasatiempo vocacional a herramientas profesionales, comprobaron que arrancar un negocio no es cosa menor. Su buen hacer en la repostería artesana multiplicó de manera incontrolable el volumen de trabajo. "En las primeras navidades salíamos llorando. Hubo jornadas de entrar a las seis de la mañana y salir a las 3 de la madrugada. Semanas enteras en las que solo veíamos a los hijos en casa dormidos", señala Lucía.

Desde entonces cerrar todas las tardes para dedicárselas en pleno a su familia se ha convertido en un axioma que solo pervierten la alta demanda de las ocasiones extraordinarias. Reposteras artesanas y emprendedoras sí, pero madres por encima de todo.

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