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Los callos, remedio para la gélidas noches de Meaño

Dos grandes ollas que pesaban 50 kilos ayudaron a olvidar los 4 grados centígrados

Algunos de los asistentes a la fiesta celebrada en honor a San Amaro en el Concello de Meaño. // FDV

Lejos de los focos, de los escenarios sobre plataformas de camión, los decibelios elevados, las grandes carpas, los fuegos, la cartelería y los magnos presupuestos, el San Amaro meañés, anunciado en sencillas fotocopias, se resuelve con un dúo musical en un escenario de tablas conformado sobre palés de madera que apenas levanta cuatro palmos del suelo, una simple guirnalda de luces, una rústica carpa al abrigo de la capilla y un presupuesto que apenas llega a los 1.500 euros para dos jornadas de actividad; dinero que aportan los vecinos, los donativos del santo y las "poxas" de las ofrendas que brindan los devotos.

Unas "poxas" variopintas las del sábado, en las que se subastaron desde cuatro excelentes gallos de corral -uno de ellos se adjudicó en 53 euros- hasta cacahuetes, pasando por bolsas de naranjas -lo más recurrente este año-, cebollas, limones, calabazas, licores y vinos de Rías Baixas.

Precisamente una de las pujas altas fue para un "Bastión de Luna", Rías Baixas tinto, de 1,5 litros, que se adjudicó en 37 euros. Se trata de "poxas" familiares en las que el medio centenar de meañeses congregados se sienten en la obligación moral de llevarse algo para casa, dejando con ello un donativo al santo.

Tan familiares que incluso uno de los vecinos que se adjudicó un bizcocho por 22 euros lo dejó como donación para la fiesta, "para poder comerlo todos juntos por la noche", explicó.

Y precisamente por la noche la parte gastronómica de la fiesta comenzaba pasadas las 22 horas. Unas empanadas sirvieron de aperitivo para el plato estrella del evento, los callos, que entraban en el recinto en dos grandes ollas que al peso suponían 50 kilos.

Con un alto en la música la organización -integrada por una decena de personas, en su mayoría mujeres jóvenes- comenzaba a servir las generosas raciones, que muchos se atrevieron a repetir, aunque también hubo quien los evitó, con el pretexto de lo calórico del plato o, tal y como comentaba una meañesa, "porque son pesados y me sientan mal por la noche".

Y para redondear la fiesta se elaboraron en el recinto dos grandes queimadas -con 8 litros de aguardiente- que se dispensaron en pequeños vasos para acompañar los postres a base de roscón, bizcocho y galletas, todo servido de forma gratuita entre el centenar de vecinos congregados.

El baile con coreografías en las que participaba todo el público sirvió como terapia para digerir la cena de una fiesta donde, esta vez, quien se mantuvo en la sombra fue el cura párroco José Manuel Taibo, otrora cicerone del evento pero que en esta edición se apartó un tanto. "Se trata de delegar en esta gente joven que lo está haciendo tan bien -explicó-; suyo tiene que ser el protagonismo de esta fiesta".

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