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Los Maristas, la última taberna de taza y nécora

Secundino Rodríguez primero y después Paco Pérez, regentaron durante medio siglo las mejores épocas del popular local de la plaza de A Verdura

El bar Maristas antes de su remodelación. Gustavo Santos

La plaza de A Verdura únicamente contaba a principios del siglo XX con las tabernas de Manuel Hermida y José María Pazos, después reemplazadas por otras tascas de Felipe Beledo y Jenaro Puga. Los bajos de las casitas acogían entonces una amplia oferta comercial: mercería, cestería, mueblería, frutería, zapatería, funeraria y alguna otra más.

Después de la Guerra Civil, allí pervivió una sola taberna entre medio centenar largo de bares, bodegones y tascas en las cuatro esquinas de esta ciudad: Los Hermanos Maristas, en el número 4 de la recoleta plaza.

A Los Maristas se sumó luego, casi frente por frente, la fonda y bar Los Ángeles. Porque la proliferación de locales de vinos y tapas que hoy caracterizan A Verdura es un fenómeno bastante reciente, históricamente hablando.

El maestro y escritor Cándido Viñas Calvo atribuyó a El Chaparro el apodo de Los Hermanos Maristas a una taberna de nombre original desconocido, que enseguida lo asumió como propio. Este personaje dotado de un ingenio endiablado, tenía como principal ocupación inmortalizar a su manera tascas y bares. En cuanto abría alguno, allí acudía presto El Chaparro para bautizarlo con su corte de acompañantes.

Sobre el motivo de aquel sobrenombre que hizo fortuna, contó Agripina Villaverde -esposa de Paco Pérez- a su hijo Javier el relato oído a un veterano tabernario: cuando los Hermanos Maristas regentaban un colegio muy reputado en Campolongo, aquella tasca estaba atendida por varios hermanos muy modositos y piadosos que siempre acudían, uno detrás de otro, a la iglesia de San Bartolomé para cumplir con sus obligaciones religiosas. De ahí la perspicaz analogía que firmó en su día El Chaparro.

Secundino Rodríguez estuvo al frente de Los Maristas desde la década de 1950 al menos, y por esa razón todavía forma parte de la memoria viva de algunos pontevedreses, siempre embutido en su característica bata de dril grisáceo y la jarra en la mano sirviendo chiquitas de genuino Ribeiro.

El bajo no era muy grande y tenía una distribución muy semejante a su disposición actual, con dos entradas desde los soportales. A la derecha, una barra larga de poca altura -luego se subió medio metro- con grandes bocoyes apilados en su pared y dispuestos para llenar las jarras. Al fondo, la cocina. Y a la izquierda, las mesas con banquetas entre barriles más pequeños, que también servían para apoyar las tazas.

Secundino Rodríguez estuvo al frente de Los Maristas desde la década de 1950 al menos

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Cuando hacia buen tiempo, el señor Secundino sacaba una mesa fuera para los parroquianos con galones. Cada taberna tenía de aquella su clientela habitual. Pero el deporte del chiquiteo no era de apalancarse en un mismo sitio, sino de hacer rondas por las tascas de distintas zonas, de El Senado a La Dirección General, de El Listico a La Cañiza, de La Niña Bonita al Entra y Verás, de La Ramonita a La Choca, y un etcétera interminable.

Igualmente, la vecindad de Los Maristas disfrutaba de su buen vino, que los chavales iban a buscar con sus jarras de cristal, y más tarde en botellas de gaseosas de litro, con tapón de porcelana a presión.

Entre las anécdotas allí vividas entonces y aún recordadas hoy, sobresale aquella que una tarde gloriosa protagonizó Carlos Caramés, factótum de Acción Católica. Bien conocido por su tacañería impenitente, sus correligionarios de tertulia y credo en la cerería de El Sagrado Corazón de Jesús, ubicada en la esquina de la misma plaza, le tentaron maliciosamente: invitarlo a dos jarras de Ribeiro si acudía a comprarlo hasta Los Maristas portando sobre su cabeza la peluca y la corona de espinas del Nazareno, imagen que allí custodiaban.

Entre el regocijo general, asumió y cumplió el reto Caramés rodeado de la chiquillería de la plaza. ¡Hasta eso hizo Carlitos, con tal de no pagar una ronda!

Si el señor Secundino y un ayudante a tiempo parcial se bastaron para atender con diligencia Los Maristas, otro tanto ocurrió después con sus sucesores, Paco Pérez y su mujer, Agripina Villaverde. Él sirviendo y ella en la cocina, mantuvieron en lo más alto la cotización de aquella histórica taberna.

El matrimonio conocía bien el negocio, puesto que entre 1946 y 1968 regentaba El Pasaje, otro local emblemático en la intrahistoria local. Un desahucio forzado por el propietario Luís Martínez Gendra, provocó su marcha inapelable, según recuerda con precisión su hijo Javier.

Los Maristas fue el último bar de tapa y nécora, a 1,20 pesetas, según certifica hoy don Celestino Iglesias Dapena, notario mayor de las tascas clásicas y del chiquiteo pontevedrés

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Paco iba al Ribeiro a comprar el vino directamente, y no le valía cualquiera; era buen catador. De discurso fácil y ameno, Paco estableció una relación entrañable con su nutrida clientela. En broma se metían mucho con él y no le daban respiro, exigiendo una y otra vez más vino. Paco para aquí, Paco para allá. Y el soltaba carrete sin enfadarse: “¡Ya voy! ¡Ya voy!”

Desde el vecino de enfrente, Lucho Loureiro, mancebo en la farmacia de Eiras-Puig, hasta miembros muy ilustres de la Peña de la Boina, con el joven más veterano Senito Rey al frente, muchos pontevedreses conformaron en distintas épocas la variopinta parentela de esta taberna con pedigrí propio.

Muy a su manera, resultó una tasca clasista en sentido figurado, porque su parroquia se dividía en dos categorías: los que tenían y los que no disponían de taza propia con su nombre grabado. Cuando aquéllos llegaban, podían coger su taza e incluso servirse directamente. Era un privilegio bien ganado.

Los Maristas fue el último bar de tapa y nécora, a 1,20 pesetas, según certifica hoy don Celestino Iglesias Dapena, notario mayor de las tascas clásicas y del chiquiteo pontevedrés. Cuando no había nécoras en la plaza -poco más que cangrejos en realidad- la tapa se sustituía por quisquillas de camarones, que no estaban nada mala para forzar una segunda ronda.

Cuando falleció Agripina, Paco tiró la toalla y se retiró. Desde entonces, Los Maristas empezó a perder su carácter, poco a poco, y pasó por distintas manos con desigual fortuna, hasta su cierre en 2019.

Los cantos de taberna del grupo Maravallada, con Manolo Espiña al frente, rindieron honores y entonaron allí un réquiem excelso; eso sí, de forma divertida, como correspondía a la finada.

Una casa con historia

“Casa de un piso, mitad de ella con soportal número 4 de la Plaza Nueva, antes Feria Vieja de esta capital, con salida a la calle San Sebastián, limitando toda ella al norte con casa de doña Alberta Limeses; medio día con jardín a la huerta de la casa del señor de Bugarín; en poniente otro jardín de la casa de la señora marquesa de Valladares; al naciente la referida Plaza Nueva por donde tiene su frontera y la entrada principal”….. Una escritura fechada a mediados del siglo XIX describía de esta forma los lindes de la casa de los Maristas, que pertenecía en aquel tiempo a los hermanos Benito y Juan Durán por herencia de su madre, Isabel García. No obstante, su origen se remonta a finales del siglo XV, según varios relatores locales Desde entonces hasta hoy, atesora una larga historia repleta de incontables vivencias de propietarios y arrendatarios. La casa pertenece ahora al buen hostelero Manuel Suárez Hermida, que ha acometido una restauración integral para darle una nueva vida, pero fiel a sus esencias más genuinas: abajo, uso gastronómico, y arriba uso turístico, pendiente de definir administrativamente como albergue o como pensión.

La ventana escondida

La Dirección General de Arquitectura, adscrita al Ministerio de la Vivienda, ejecutó a mediados de la década de 1970 una notable reforma de la plaza de A Verdura. El proyecto de Francisco Pons Sorolla no solo rehabilitó la antigua fábrica de electricidad del marqués de Riestra, ahora denominada Casa da Luz, sino que las obras realizadas también destaparon algunos de los secretos guardados durante mucho tiempo por la casa de los Maristas. El repique acompasado por expertos canteros de una gran placa de cemento que tapaba por completo un lateral de la vivienda, puso al descubierto entonces la singular ventana dividida en dos vanos por una columna delgada a modo de parteluz y coronada por un pequeño rosetón, que hoy puede apreciarse en toda su belleza. Igualmente liberaron los arcos que flaqueaban el soportal de la ventana, ambos característicos de una casa gótica, cuyo origen se remontaría al siglo XV, según los estudios realizados. El profesor Filgueira Valverde celebró en su día el hallazgo con efusión y recuperó la inscripción existente, ya citada por el padre Sarmiento: “Estas casas mandou fazer Johanes Fernández de Sotomayor, arcediago del Salnés”.

El vecino de arriba

El vecino de antaño más recordado de la casa de los Maristas no fue otro que Renato Ulloa Martínez, popularmente conocido por Renatito, hijo único del gran Renato Ulloa Varela -hermano de Torcuato-, poeta, periodista y, sobre todo, personaje muy querido y respetado por su amor a Pontevedra. Los Maristas no resultó una taberna molesta para el vecino de arriba. Quizá más enojosa fue la convivencia de Ulloa con las vendedoras de A Verdura. Cada vez que salía de casa por la mañana para ir a trabajar, tenía que sortear los cestos a saltos, con ayuda de su bastón para no pisar sus hortalizas. El apelativo de Renatito tenía una doble acepción: por ser hijo de su padre y por su pequeña figura, en ambos casos con un inequívoco sentido cariñoso. Funcionario de Hacienda, solterón empedernido y generoso benefactor de todas las causas, destacó por su figura señoril como si fuera el último romántico “No hay nada mejor que ser un señor de aquellos que vieron mis abuelos”. Cualquiera diría que el autor de “Amarraditos”, la canción imperecedera que María Dolores Pradera interpretó una y mil veces, se inspiró en el Renato Ulloa Martínez de esta historia.

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