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Las castañas traen el sabor del otoño

Paco Pazos asando castañas en la Glorieta de Pontevedra. Gustavo Santos

“Bienvenido”, “ya te echaba de menos”, “no dejes nunca este trabajo; es una tradición que no puede faltar en esta vida”. Estas palabras constituyen tan solo una pequeña muestra del intenso cariño que Pontevedra siente por Paco Pazos, más conocido como el príncipe de las castañas. Su locomotora ya inunda con el olor del otoño la Glorieta de Compostela, y no son pocas las personas, “aunque todavía haya quien se resista a aceptar el fin de verano”, las que sucumben a la tentación de un cucurucho de castañas recién hecho.

“Suelo empezar a vender en el mes de octubre, así que nunca me estrené tan temprano como este año”, explica el castañero, que no duda en resaltar la calidad de su producto, “puede que las primeras no sean las mejores, pero, después de tantos meses sin probar las castañas, no me cabe duda de que son las que mejor sientan”. Se trata de frutos procedentes de Verín, “que no pueden compararse con los de la costa; estos mantienen la frescura y tarda mucho más en ponerse duros”, indica. Y es que Paco se esfuerza a diario por mejorar el producto, embriagado de una pasión sublimada que no puede contener al hablar de su trabajo. “Yo aquí soy protagonista de mi vida. Al margen de los tres meses que vendo en la calle; tengo mi trabajo, pero solo como castañero me siento yo mismo”, porque, para este príncipe sin título nobiliario, más allá de las iniciativas hechas para sobrevivir está lo que nos hace vivir.

Ni siquiera la crisis sanitaria y sus efectos económicos pueden desgastar un poco el vínculo. “La gente dice que hay que trabajar para vivir, yo vivo para trabajar como castañero. Me dedico a la reparación de molinos y a la construcción naval, y te puedo decir que con una propina arreglando un barco gano más que un día entero despachando castañas, pero mi lugar está aquí”. Son ya 43 años asando en Pontevedra, “desde los 10”, recuerda, cuando vendía las castañas preparadas por su padre, Valentín, en la Plaza da Ferrería. “Son tantas las anécdotas que estoy preparando un libro; son historias que empecé a recopilar desde pequeño”, relatos, al fin y al cabo, que son hijos del cariño. “Me siento súper querido. Recuerdo cuando, tras un gran esfuerzo económico, pude llevar a mi hija a Disneyland y, en el aeropuerto de París, una persona vino a darme las gracias. Me quedé parado, porque no sabía si lo conocía por mi trabajo o por el atletismo –su otra pasión– hasta que me dijo que asaba muy bien las castañas. ¡Y, ostras, eso no hay dinero que lo pague!”

Paco no solo reparte castañas, también alegría, siempre intentando contagiar felicidad a todos los que se acercan a su puesto. “Nunca dejaré morir el niño que vive en mí”, comenta. Por eso, tiene en mente convertir el tren castañero en un pequeño parque de atracciones, en un símbolo del otoño y de la historia de Pontevedra. “Además de las decoraciones, voy a añadir un pequeño tren eléctrico, que se mueva sobre el techo de la locomotora. Quiero que la gente, si tienen que ir a trabajar al centro, decida pasar antes por esta calle que por otra, solo porque le alegre ver mi puesto”.

El trato con los clientes se explica para Paco con la metáfora de un colegio. “Es como si, cada año, de octubre a a diciembre, volviera a ver a mis compañeros de la escuela”. Es la magia de los reencuentros, aunque no sin su parte de agria melancolía. “De un año para otro hay personas a las que no vuelves a ver. Finalmente, te das cuenta de lo que significa esa ausencia, y he llorado muchas veces por ello”.

Una promesa

Valentín Pazos enseñó a su hijo el oficio de castañero. Eran una pareja inseparable y, ni la lluvia, ni los temporales pudieron nunca apagar la locomotora de los sueños. “Le hice una promesa a mi padre: tendría una estatua en Pontevedra”, cuenta Paco. Y aunque, hasta hora, sus intentos no prosperaron, nunca cederá en el empeño. “Hace años recogí miles de firmas para pedir ese homenaje. Las presenté en el Concello y me duele no haber sido recibido en ningún momento”, confiesa.

Desde la humildad, seguirá luchando. “Voy a cumplir este trato y lo haré compitiendo”. Será en la media maratón de Londres, donde competirá corriendo y empujando un tres castañero. “Me planteo el reto de terminar el recorrido en menos de una hora y media.”. Será duro, pero no duda un instante de su meta. “Lo haré, y emplearé lo recaudado en hacer el monumento”.

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