Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La farmacia de Eiras

Fundada en 1876 en la plaza de la Verdura, aún conserva viva y bien viva un siglo y medio después toda su esencia original

La farmacia de Enrique Eiras entró por derecho propio en la leyenda de las grandes boticas gallegas.

Perfecto Feijóo Poncet regentó antaño la farmacia más famosa y popular de Pontevedra, tanto por su deslumbrante personalidad, como por la impronta de su célebre tertulia y, desde luego, por su mascota de referencia, el loro Ravachol. No obstante, Enrique Eiras Puig ganó por la mano a Feijóo en cuanto a la fundación de la botica más antigua, que no solo continúa en pie hoy, sino que conserva viva y bien viva su esencia original.

El libro de registro de la farmacia de Eiras, que todavía se conserva en estado aceptable, data su inauguración el 22 de diciembre de 1876, en el bajo de una casa de dos pisos al final de la calle San Román, en su entronque con la plaza de la Verdura. Algunos cronistas incluso conceden verosimilitud a su apertura cuatro años antes.

La prensa de la época consideraba esta farmacia como primera depositaria con carácter exclusivo de la pomada del doctor Gil, a 16 reales el frasco; una fórmula prodigiosa para las enfermedades de los ojos, “cuya verdad no ofrece duda, en vista de los documentos de los curados que la acompañan”.

Los fármacos de referencia de don Enrique fueron muchos en las décadas siguientes. Desde el café Nervino, un remedio árabe para múltiples padecimientos “altamente higiénico y salutífero”; hasta las célebres píldoras del doctor Morales “para la completa y segura curación de la impotencia”, también recomendadas para la debilidad espermatorrea e incluso la esterilidad masculina, a 30 reales la caja. Ambos productos resultaron muy publicitados.

Con el paso del tiempo, llegaron otras exclusivas repetidamente anunciadas, como el azufre líquido vulcanizado para combatir “los vicios en la sangre”; los milagrosos confites del doctor Costanzi, con un sinfín de propiedades curativas, desde la sífilis a los catarros de orina y los estreñimientos uretrales; las píldoras Pink, tanto para la anemia como para el reuma; o los polvos Coza para alejar del vino a los alcohólicos.

No obstante, el farmacéutico ganó pronto fama y notoriedad por méritos propios, gracias a los preparados que elaboraba en su rebotica; unas fórmulas muy solicitadas incluso por gente de fuera de la ciudad que venía en su búsqueda exprofeso.

Atraído por la política, Enrique Eiras se alineó con el Partido Liberal cuando pasaba por su mejor momento, tras la alianza de Montero Ríos y el marqués de la Vega de Armijo, cabezas visibles de las dos corrientes más activas. Su participación fue intensa, pero breve; quizá por culpa de algún desencuentro o cierta decepción, a la vista de su total alejamiento posterior.

A mediados de 1887 entró a formar parte del nuevo Ayuntamiento, con Isidoro Martínez Casal como alcalde. Eiras no ocupó ninguna tenencia de alcaldía; sin embargo, fue uno de los concejales más activos como miembro de cuatro comisiones importantes: Hacienda y Gobierno, Policía Urbana, Abastos y Cementerios. A solicitud del diputado Eduardo Vicenti, aquel mismo año fue distinguido con la Cruz de Carlos III, libre de gastos.

En los dos años y medio siguientes, aquella corporación municipal adquirió los terrenos para la estación del tranvía Pontevedra-Marín, impulsó la construcción del Grupo Escolar en Las Palmeras, negoció con el marqués de Riestra el primer contrato para la instalación de la luz eléctrica, y gestionó con el Gobierno la concesión de una fábrica de tabaco, así como de una penitenciaria militar en la isla de Tambo. Un balance sin duda positivo.

Luego continuó en el Ayuntamiento en 1890 con Inocencio Acevedo Caballero como alcalde, pero ya con una implicación testimonial solo formando parte de la comisión de Jardines y Arbolado. Aquella corporación apenas duró seis meses y no volvió a participar en política nunca más.

Eiras contribuyó a la fundación del Colegio Farmacéutico Provincial, que presidió Perfecto Feijóo en 1898 y ejerció como vocal. Refundado en 1914 como Colegio de Farmacéuticos de la Provincia de Pontevedra, no tuvo ya ningún protagonismo en sus órganos directivos, ni entonces ni tampoco después. Sin embargo, el domicilio de la institución se fijó inicialmente en la calle San Román nº 22, es decir el mismo de su farmacia.

En cambio, sí desarrolló don Enrique bastante actividad en etapas consecutivas como miembro de las Juntas Provincial y Municipal de Sanidad, cuando iniciaban su difícil andadura en las últimas dos décadas del siglo XIX.

Además de la farmacia, la otra gran pasión de Eiras no fue otra que su magnífica quinta de Santa Margarita, un “auténtico vergel” para la prensa de la época, que todavía conservan hoy algunos de sus descendientes. En aquel paradisíaco lugar pasó sus mejores momentos, no solo de ocio y asueto sino también de trabajo y estudio en cuanto a maquinaria se refiere. Don Enrique se implicó a fondo en la prosperidad agrícola de Galicia por vía industrial.

Una prueba fehaciente de esta querencia fue su participación activa en un importante concurso de maquinaria agrícola en 1907 que tuvo lugar en A Coruña. Aquel certamen constituyó, en definitiva, un gran escaparate de máquinas y aperos de productos exclusivos. Eiras no consiguió ninguna de las siete medallas de oro del concurso, pero si obtuvo uno de los cuatro diplomas otorgados; todo un reconocimiento a su entusiasta aportación.

A mediados de los años 20, con la organización juvenil de los Exploradores en pleno apogeo, recibieron los pontevedreses a un pequeño grupo de colegas ingleses, con el profesor Collyer al frente. Los anfitriones pasearon a sus invitados de un lado para otro, con visitas a los lugares más bellos y representativos de esta ciudad; entre ellos no faltó la finca de Eiras, que obsequió al atardecer con un refresco a la expedición. 

Un año antes de su fallecimiento a principios de 1927, ya maltrecho y encorvado, no faltó su apoyo e implicación en los concursos agrícolas y ganaderos que promovió la Diputación Provincial bajo la presidencia de Daniel de la Sota. En un certamen de 1926 compartió galardón nada menos que con la granja de Monteporreiro en el apartado de avicultura y cunicultura.

El multitudinario entierro de Enrique Eiras Puig constituyó una gran manifestación de duelo y pesar, como ocurría con las personas más queridas y admiradas de esta ciudad. Fiel a su modestia y reflejo de su personalidad, dispuso el finado que fueran un grupo de hospicianos y pobres de solemnidad quienes escoltaran su féretro portando velas hasta el cementerio municipal.

De Antonio Puig a José Luís Domínguez

Tras la muerte sin descendencia de don Enrique, la farmacia pasó a manos de su esposa, Mª de la Concepción Puig Llamas, y desde entonces se conoció con la denominación comercial de Viuda de Eiras. Ella no era farmacéutica, pero estaba permitido el mantenimiento de la propiedad bajo la gestión de un titulado.

Así continuó la farmacia de la Viuda de Eiras durante casi veinte años, antes, durante y después de la Guerra Civil, con varios boticarios pontevedreses al frente y sin el menor cambio en su aspecto decorativo: sus paredes forradas por grandes estanterías en madera pintada de suaves colores y repletas de envases de cristal y de frascos antiguos de materias primas para preparar las fórmulas tradicionales; su mostrador de madera y mármol con su barandilla de cierre metálico y, sobre todo, su techo maravilloso.

“Ars cum natura ad salutem conspirans”, o sea “El arte colabora con la naturaleza en pro de la salud”. Esa leyenda propia de la Real Academia de Medicina figura en lo alto del local, junto a la representación de una matrona semidesnuda que simboliza la propia Medicina, rodeada de motivos florales. Su realización se atribuyó al propio Eiras tomando a una vecina como modelo. Y la imaginación es libre para interpretar cualquier otra cosa.

A partir de 1946, la farmacia tomó el nombre de su sobrino, Antonio Puig Gaite, farmacéutico titulado por la Universidad de Santiago y político vocacional de por vida. De expresión afectuosa y enorme vitalidad, pelo cortado al cero y habitualmente con un buen habano en la boca, nunca estuvo un día entero detrás del mostrador. Lo suyo era el poder en la sombra, pero ese relato corresponde a otra historia bien distinta.

Don Antonio vivía encima de la farmacia con su familia numerosa, que ocupaba el primero y segundo piso. Y le bastaba y le sobraba con bajar un rato, o pasar por allí de vez en cuando. Con Puig empezó a trabajar como mancebo Rogelio Loureiro, más conocido por Lucho. Él mismo puso fecha a sus inicios: el 6 de junio de 1966. Desde entonces, Lucho labró su propia leyenda y se convirtió en toda una institución a la par que la propia farmacia.

Por fin, llegamos a la etapa contemporánea de la farmacia de Eiras desde su venta por Antonio Puig en 1984 a José Luís Domínguez Gómez. Mejicano de nacimiento y pontevedrés de adopción, su propietario actual tiene a gala haber renunciado a su modernización, manteniéndola con un respeto casi reverencial hacia la memoria de su fundador. Él ha recordado su historia en incontables ocasiones desde entonces con auténtica devoción.

Traspasar hoy la puerta de esta farmacia es un poco como sumergirse en el túnel del tiempo y saltar del siglo XXI al XIX para encontrarse con el espíritu del boticario fundador aun latiendo entre todas sus paredes.

Por tantas y tantas razones, la farmacia de Eiras, la más antigua de Pontevedra y una de las más bellas de Galicia, debería tener su futuro asegurado como lugar museístico de visita obligada en el centro histórico, pongo por caso al estilo de la librería Lello, de Oporto, supuesta inspiradora de J.K. Rowling para ambientar la saga de Harry Potter. Alguien tendría que hacer algo al respecto para garantizarle esa otra vida bien merecida. 

Compartir el artículo

stats