Soportar trabajos, fatigas y esfuerzos es tal vez un requisito para llegar a una edad avanzada. A sus 91 años, Julia Fernández sabe bien lo que es enfrentarse a las dificultades, tras una vida en la que ha sido una de las hosteleras más conocidas de los pontevedreses durante el siglo XX.

Su pensión estaba localizada en la calle Soportales, en un edificio con frente a la plaza de Curros Enríquez actualmente a la espera de restauración. La abrió su madre, pero a Julia Fernández le resulta imposible precisar cuándo: "Yo era muy pequerrecha y mi madre fue la primera que atendía la pensión, que no era un hotel sino una cosa así... Una casita particular".

Primero se llamó Pensión Saladina Veiga (el nombre de su madre) y unos años después Pensión Romero (el apellido del marido de Julia Fernández) y ofertaba unas pocas y coquetas habitaciones que en los años treinta se convirtieron en punto de encuentro de ilustres huéspedes que visitaban la ciudad.

La buena atención de Saladina, el orden, la limpieza y su mano para la cocina atrajeron durante años a numerosos clientes.

De hecho, en la segunda mitad del siglo XX una leyenda aseguraba que el músico Pablo Sarasate había mantenido un romance con una pontevedresa en esta pensión, si bien muy posiblemente el genial intérprete (que vivió parte de su infancia en Pontevedra) nunca acudió a este establecimiento ya que sus conciertos en la ciudad del Lérez, ya como instrumentista de fama internacional, se celebraron años antes de la apertura de la pensión.

Con todo, la historia ha calado en la memoria de los pontevedreses que vivían en el centro histórico en los años cuarenta y a la propia Julia Fernández no le extraña la leyenda: "Es que por la pensión pasaron personas muy importantes, gente muy buena que venía a Pontevedra".

La Guerra Civil supuso un punto de inflexión en la historia de la pensión. Saladina Veiga mantenía siempre el portal abierto, a fin de que cualquier pontevedrés que fuese sorprendido por escaramuzas en la calle pudiese refugiarse.

Más aún, ofrecía a los asustados huéspedes improvisados un café y un tentempié.

Julia Fernández recuerda que la pensión hervía de actividad en esos años. "Teníamos muchísimos huéspedes, siempre estábamos abiertos y allí se refugiaron personas de las familias de los Olmedo o los Varela, que tomaban el café y descansaban en casa hasta que pasaba todo y podían volver a sus casas".

Deterioro

Pasaron los años y la casa "se fue haciendo más viejecita y quienes se hospedaban eran pobres, como yo", explica con amabilidad la que fue última propietaria de la pensión.

Lo que modestamente no cuenta (pero si los pontevedreses que conocieron la pensión) es que protegió durante años a personas sin recursos que acudían a su establecimiento en busca de ayuda y servía comidas 24 horas al día.

Así, cualquier huésped que llegaba podía solicitar una apetitosa cena de madrugada que lo ayudase a reparar fuerzas tras la jornada laboral.

Hace "unos 15, 16 o 17 años", no lo recuerda con exactitud, la propietaria de la pensión sufrió un problema de salud que le obligó a dejar el establecimiento de hostelería. La casa, alquilada, volvió a sus propietarios y su deterioro continuó progresando hasta su mal estado actual, que obliga a mantener cortada la calle Soportales en previsión de un derrumbe y para garantizar la seguridad de los peatones.

Al pasar frente a ella, muchos pontevedreses recuerdan a dos mujeres trabajadoras que fueron capaces de prestar refugio y ayuda a quienes lo necesitaban. Sonríen al pensar en ello: el agradecimiento, como Julia Fernández, envejece lentamente y vive más de un siglo.