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20 años de música y vida, en el Torgal

Los hermanos Pedrouzo llevan varios meses preparando una programación especial para festejar la veintena del café

20 años de música y vida, en el Torgal

Una de las cosas que más le gusta a David e Isaac Pedrouzo (Ourense, 1978 y 1981, respectivamente) es entrar en un lugar y tener la sensación de que algo pasa o está a punto de suceder en él. Eso algo similar a lo que se percibe al bajar las escaleras de este pequeño café que –contra todo pronóstico– se convirtió en referencia.

Un sótano que reformaron con sus propias manos –y las de varios amigos que colaboraron en la tarea– cumple 20 años sonando diferente y acumulando leyendas, como la de que había un pintor gallego que pagaba sus copas de licor café ilustrando las paredes.

Lo que no es mito, sino realidad –y pocos saben– es que detrás de las letras que indican el nombre del Café & Pop Torgal hay un manantial de agua que hace muchos años surtía a una fuente. También que otrora –tan otrora que Franco aún vivía– unas parras decoraban un patio interior.

La vida entera cabe en este sótano donde incluso aprendieron a usar el taladro por primera vez, se propusieron estudiar inglés, escribieron varios libros y uno de ellos conoció a la que hoy es la madre de su hijo

Pero empezando por el principio: todo surgió improvisando cuando el mayor de los dos hermanos se decidió a coger un bar con otro socio que, al poco, terminó abandonando el proyecto. Ahí entró en escena el menor –que no sabía muy bien hacia dónde enfocarse– y esa familia escogida que se involucró en una reforma integral que duró algo más de lo esperado y totalmente amateur. La vida entera cabe en este sótano donde incluso aprendieron a usar el taladro por primera vez, se propusieron estudiar inglés, escribieron varios libros y uno de ellos conoció a la que hoy es la madre de su hijo.

Una de las inquietudes que los empujó a embarcarse en el proyecto fue sentirse huérfanos de lugares en los que escuchar la música que les gustaba, –más allá del mítico Trolebús–.

Cuando ya llevaban siete años programando sus actuaciones musicales en directo –con mayor o menor esfuerzo– apareció la figura de Santiago Miguélez para apostar por la idea que tenían. Fue uno de los precursores de SON Estrella Galicia que empezó trayendo a artistas que jugaban en primera división y que –por el pequeño aforo del local– para ellos era imposible permitirse. Ahí surgió un punto de inflexión del que ambos se retroalimentan.

El ecosistema que habita el Torgal es de lo más variopinto: no hay límites de edad. Es fácil encontrarse a universitarios compartiendo espacio con grupos de amigos que rondan o superan los 50 años. Y eso les gusta. También tener a adeptos que llevan 20 años con ellos pero descubrir que aún hay quien no los conoce. En definitiva: lo inesperado de la vida.

Uno de los miles de conciertos celebrados en el Torgal durante estos 20 años.

Errores, duelos y más música

La cabezonería –ambos se reconocen en ese calificativo– supuso que no tiraran la toalla –habrán descubierto en esta historia varios símiles deportivos, porque el fútbol también tiene su protagonismo en el Torgal– en las malas. Ni cuando tuvieron que compaginar dos trabajos para que la idea no feneciera.

Aún con todo, la lista de artistas que pasaron por el escenario en estas dos décadas daría para llenar varias páginas de periódico: Lee Ranaldo, Cupido, Sharon Van Etten, Nathy Peluso –cuando aquí aún no congregaba a las masas–, María Arnal y Marcel Bagés, Malandrómeda, Joana Serrat, La habitación roja, Os amigos dos músicos, la mágica Basia Bulat o, más recientemente, Club del Río son algunos ejemplos.

Sobre la fecha exacta en la que cumplirán la veintena no pueden ser muy precisos. Pero sí tienen un recuerdo grabado a fuego: fue en junio de 2003 cuando abrieron la puerta al público por primera vez. Y lo saben porque aquel verano la ciudad estaba empapelada con carteles que anunciaban que Hombres G tocarían en las fiestas de Ourense.

La decoración cambió conforme a ellos lo fueron haciendo. Sin embargo, la calidez de la madera siempre estuvo presente –el suelo es el mismo desde aquella primera remodelación llevada a cabo entre amigos– en las sillas, mesas y barra. Y cuando les piden que condensen en pocas palabras qué significaron para ellos estos veinte años, uno responde que frenetismo y discurso con voz propia y el otro, la tranquilidad que aporta un espacio en el que te sabes seguro.

Confiesan que hubo errores –sin renegar de ellos– y avisan de que los seguirá habiendo. Pero jamás premeditados. También que llevan varios meses preparando una programación especial –que darán a conocer dentro de poco– para seguir compartiendo con foráneos y autóctonos lo que más les gusta: la música en directo. Eso sí, aquí se viene a escuchar y el silencio del público es casi sepulcral durante los recitales.

Cuando empezaron uno lo quería todo –las mañanas, las tardes y las noches– y el otro solo buscaba divertirse. Incluso se plantearon varias veces poner en marcha otro local de dinámica similar. Sin embargo, la vida siempre se impone. El resultado de lo que llevan años creando se resume en una frase –incluida en el libro recopilatorio que publicaron cuando llegaron a la quincena– que reza: “Nunca quisimos tener un bar”. Suerte que la mayor parte de las veces nada sale como uno planifica. La vida se abre paso inteligente, como entonaba La Estrella de David.

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