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Blanco Amor a Lorca: “Te mando mis brazos a pesar de tu ‘yo’ aparencial”

Una de las cartas que se conservan en la Fundación Federico García Lorca que el novelista ourensano envió al poeta granadino.. | // FDV

No comenzaba de todo el otoño, temporada de resignación, y se escuchaba un ir y venir de trenes. Eduardo decidió levantarse de la cama y sentarse en el escritorio de su habitación –una de las cien que componían el Grand Hotel de Logroño–. Era el latir de la ansiedad, acompasado por el sonido procedente de la estación cercana de ferrocarril, lo que le impedía dormir. Agarró la pluma y la mojó mientras pensaba cómo desenmarañar tamaño nudo de inquietudes. “Querido Federico: ¡Mira dónde he venido a parar, hombre! Me han traído unos amigos indianos; pues, a su paso por Vigo, oyeron decir, por casualidad, que unos oficialillos iban a agredirme en pandilla y vestidos de paisano. ¡Qué valientes!”.

Era domingo, 22 de septiembre de 1935, y no había descanso para los homosexuales en una Segunda República de derechas que apagaba toda libertad y subversión con el ejército. Se presentía algo, aunque no algo tan estruendoso como una guerra civil. Eduardo Blanco Amor le explicó en una carta a su amigo Lorca –al que había conocido años atrás en Madrid– lo difícil de expresarse y vivir como uno quiere. El escritor de ‘A Esmorga’ descubrió un cómplice en 1933, cuando fue a visitarlo a su ciudad natal, recién llegado el autor de ‘Romancero Gitano’ de recoger éxitos y reconocimiento en Argentina y Uruguay.

Contó el periodista ourensano en más de una ocasión que una tarde, cuando se encontraban en el Casino durante su segunda visita a Granada, en el verano de 1935, un hombre le espetó a Federico: “Dicen que ustedes los poetas sois maricones”. Y que este le contestó: “¿Y qué es poetas?”. Según explicó el historiador Ian Gibson en su libro ‘Vida, pasión y muerte de Federico García Lorca’, entre la burguesía de Granada se lo adjetivaba como “el maricón de la pajarita”.

Blanco Amor, a su vuelta del exilio en Argentina. FdV

Seguía en la carta –una de las cinco que se conservan en el archivo de la Fundación Federico García Lorca– Blanco Amor hablando sobre la obra por la que su nombre sonó para dedicarle el Día da Letras Galegas del próximo año: “Tu libro, lo dejé en marcha; y si no hubiera sido por este asunto y por el proceso que me hizo dejar Santiago a los tres días de llegar, ya estaría listo para fin”.

Sobre ‘Seis poemas galegos’

El libro del que hablaba el ourensano es ‘Seis poemas galegos’, que surgió tras un viaje de Lorca por Galicia en la primavera de 1932. Más concretamente, el germen fue la impresión que le causó Santiago de Compostela y su admiración por el filólogo y escritor ferrolano Ernesto Guerra da Cal, al que había conocido en Madrid y que más adelante sería quien presentaría al remitente y receptor de estas misivas que aquí se relatan.

“Hijo de médico, y de una maestra de escuela, era alto, esbelto, apuesto, inteligente y de un nacionalismo gallego tan apasionado e intransigente que hacía lo posible por no tener que expresarse en español. Cuando, en 1922, tras la temprana muerte de su padre, su familia se había trasladado a Madrid, aquel nacionalismo se exacerbó aún más por la intensa nostalgia de sus lares y el desdén que encontraba en muchos madrileños respecto a Galicia y su cultura. De hecho, desarrolló un odio al centralismo castellano que no le abandonaría nunca”, relata Gibson en su libro. Sin él, Lorca no habría podido traducir sus seis composiciones al gallego.

En su carta desde Logroño, Blanco Amor le pide también al autor de ‘Poeta en Nueva York’ que le dé la dirección de un familiar para poder enviarle, antes de partir a Buenos Aires otra vez, las instantáneas que tomó durante su visita, ese verano de 1935, en la casa familiar de la Huerta de San Vicente: “Solo te pido una postal a vuelta de correo mandándome las señas de tu cuñado, para mandar a tu mamá las fotos, que ya las tengo, dedicadas y todo, y no quisiera irme con ellas. Si me escribes hoy mismo, hazlo a las señas de este hotel. Y debes de escribirme, porque estoy muy triste”. Ya en noviembre, y desde Vigo, le envió una postal, antes de volver a embarcar para regresar a Argentina, en la que lo advierte: “Uno de estos días, te mandan tu libro”.

Son varias las versiones que manejan los estudiosos de la figura del poeta sobre los desencuentros que causaron los seis poemas del granadino. Por un lado, se cuenta que Guerra da Cal criticaba a Blanco Amor siempre que tenía oportunidad –con historiadores, otros escritores o periodistas– e hizo correr el rumor de que a Lorca le caía mal por su exacerbado amaneramiento. Por otro, que entre los dos autores gallegos existía una rivalidad no declarada porque el ourensano defendía escribir en el gallego que conocía el pueblo, mientras que el ferrolano llenaba sus textos de lusismos y reintegracionismos.

Ernesto Guerra da Cal (izquierda) y Federico García Lorca, en una terraza de Madrid. FdV

Lo que no es versión, sino realidad, es que Eduardo, que se encargó de editar el libro, eliminó de uno de los poemas –el de ‘Cantiga do neno da tenda’– la dedicatoria que el poeta le hizo a su amigo Guerra da Cal y el epílogo en el que Lorca daba detalles sobre la composición de los versos. Este hecho provocó que la relación entre el granadino y el ourensano se enturbiase en los últimos meses de vida del que más tarde fue asesinado.

Blanco Amor fue una de las pocas personas que pudo celebrar con el poeta la última festividad de San Federico, el 18 de julio de aquel verano de 1935, en que lo visitó durante casi un mes en la Huerta de San Vicente. Las fotografías que sacó entre el 21 de junio y el 19 de julio son las únicas que existen del poeta en la casa con su entorno familiar.

Al año siguiente, Lorca llegó a la Huerta de San Vicente el 14 de julio para reunirse, como cada año por su santo, con toda la familia. Sin embargo, fue el día de la festividad el que se anunció la sublevación militar contra la Segunda República y un día después se produjo el alzamiento en Granada. El poeta se escondió en casa de unos familiares, mas fue encontrado y fusilado en Víznar justo un mes después, el 18 de agosto. Pero como pontificó en ‘Bodas de sangre’: “Cuando las cosas llegan a los centros, ya no hay quien las arranque”. A sus 38 años él había conseguido llegar al punto interior del que parte todo y enraizar. Nadie consiguió arrancarlo.

Federico García Lorca, con jersey al cuello, y Eduardo Ugarte, al fondo y con gafas, en Vigo, cuando 'La Barraca' actuó en la ciudad. FdV

Sobre su relación

Se ha especulado mucho sobre si Eduardo y Federico llegaron a mantener una relación más allá de la amistad. Algunos se basan en que ambos eran homosexuales para darlo por hecho. En la primera carta de las que se conservan –con fecha de 14 de noviembre de 1934– se puede ver a un Blanco Amor que esperaba más atención de la que obtuvo por parte del granadino. “Siento que me falta la enorme cantidad de abnegación necesaria para ser amigo tuyo. No es que tú seas malo, ni egoísta, ni desafecto como dicen por ahí los que no tienen méritos para estar en tu corazón, para conocer tu corazón. Sencillamente te falta vida, tiempo. Para ser tu amigo en presencia y actividad, hay que tener o una personalidad muy fuerte para deslumbrarte o una falta de personalidad absoluta para no haber cuenta de tus dramáticas o inevitables (inevitables para ti mismo, claro está) zambullidas en el no ser, en un mundo mágico y desconocido, al que te evades, envuelto en la capa de Fierabrás que has tenido la suerte de adquirir en un Rastro de gitanas brujas. Me conformo, pues, con ser tu amigo en pasividad y en ausencia... Ya sabes que la mejor poesía del alma de mi raza es la voluntad de la re signación”.

Además, el novelista ourensano contó a varios escritores y periodistas –en la intimidad, aunque una vez fallecido los hubo que no tuvieron reparos en confesar sin permiso– que los ‘Seis poemas galegos’ estaban escritos para un joven gallego que actuaba en La Barraca –grupo teatral ambulante que Lorca montó junto a Eduardo Ugarte–.

En la despedida de la misiva apunta lo siguiente: “Yo te mando en este –refiriéndose al sobre–, junto con esta inocente homilía, mis brazos con la cordialidad de siempre para siempre, a pesar de tu ‘yo’ aparencial”. Ese yo aparencial puede que haga referencia a lo que Ian Gibson escribió en su libro ‘Lorca y el mundo gay’ sobre la vida del granadino. Y es que Blanco Amor no caía muy bien en el entorno de su amigo por no disimular su forma de ser. “Su homosexualidad, a diferencia de la del poeta, era ostentosa y nada cauta, y algunos amigos de Federico [...] se sentían ofendidos por sus modales, que les parecían insolentes y hasta vulgares. Lorca no les hizo caso [...] y llegó a considerarle divertido y estimulante”.

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