Hay verdades inmutables que la pandemia que lo cambió todo no ha podido derribar. Una es esa creencia, entre la fe y la filosofía, que mueve a los familiares a visitar a sus difuntos. El frontispicio del cementerio ourensano de San Francisco resume la idea del más allá: “El término de la vida aquí lo veis. El destino del alma, según obréis”. Otra realidad que pervive en la crisis sanitaria es la belleza que el silencio sublima aún más en un camposanto catalogado como Bien de Interés Cultural, en el que ciudadanos de Ourense comparten su lugar de eterno descanso con personas ligadas a la mejor y peor historia de la capital, como “La pobre Asunción”, la primera víctima documentada de violencia machista –fue asesinada de un disparo en 1891 en la Plaza Mayor–; como las víctimas de la barbarie, fusiladas por el franquismo; como los intelectuales Lamas Carvajal, Otero Pedrayo, López Cuevillas, Blanco Amor, José Ángel Valente o Ben Cho Shey, cuya lápida, situada en el sector de la loma de San Francisco que ofrece una imagen a los pies de la ciudad, tiene un epitafio memorable: “Quedan suprimidas tódalas homenaxes postmortem porque as cousas ou se fan ao seu tempo ou non se fan”.

Algunos familiares aprovecharon la visita para llevar flores. I. OSORIO

La franja de mediodía, antes de la hora de comer, solía ser el momento de más afluencia en los cementerios. “Había colas por los pasillos, entraban miles de personas de 11.30 a 13 o 13.30”, dice Juan González, el enterrador en activo con más experiencia de Ourense; lleva ya un cuarto de siglo tras empezar en el oficio a los 23 años. “La gente que entra va por la que sale, no se producen aglomeraciones. Solo hubo que cerrar dos veces la puerta. Nosotros les indicamos por dónde entrar y salir”. Ocho operarios en San Francisco, otros ocho en Santa Mariña y dos más en las Caldas vigilan los accesos y que no se supere el aforo en los tres camposantos municipales (75, 50 y 25, respectivamente).

Una afluencia a cuentagotas, muy inferior a lo habitual, por las restricciones y un confinamiento perimetral de la ciudad que impedía desplazarse a ver a los suyos a familiares que residen en otros municipios o provincias. El Concello ha establecido, hasta hoy –Día de Fieles Difuntos–, un horario de apertura reducido, de 9 a 18.30 horas, sin actos litúrgicos y con un tiempo máximo de permanencia de 30 minutos y dos personas por unidad de enterramiento.

Los operarios controlaron los accesos por el límite de aforo derivado de las normas sanitarias de la Covid I. OSORIO

El policía local Damián vigilaba, a las puertas del céntrico camposanto, que las personas cruzaran bien y los estacionamientos fueran correctos. También aprovechaba para indicar a las visitas que debían acceder por el lado izquierdo del circuito, señalizado con flechas y cintas. “Los años anteriores esto estaba lleno y había que regular la circulación en mitad de la calle”, recordaba ayer. Una patrulla controló la afluencia en Santa Mariña. Rafa, del servicio de Protección Civil, recorría los caminos estrechos del recinto de San Francisco para velar por que se mantuvieran las distancias de seguridad y el uso en todo momento de la mascarilla. “La gente en general respeta, aunque hay de todo”.

El alcalde, Gonzalo Jácome, acudió a visitar la tumba de su madre, fallecida hace un año. Dos mujeres comparecían de pie en el lugar en el que reposa el marido de una de ellas. “Vinimos ayer y hoy, y hay un abismo con respecto a otros años, mucha menos gente. Nada que ver”, incidían. Una joven colocaba unas rosas blancas en la lápida de sus familiares. “Te da un poco de tristeza ver el cementerio casi vacío, pero vistas las circunstancias creo que ya estamos mentalizados. Me sorprende ver más flores de las que yo contaba. El problema ha sido para la gente que no se ha podido desplazar a Ourense”. Un grupo de tres hablaba tras visitar a sus difuntos. “Este año noto que hay muy poquita gente. El sábado vinimos a traer las flores, y lo mismo”. Las conversaciones introspectivas de mayores solos ante la tumba de un ser querido, una pátina de colores, los de las plantas, inundan el cementerio, la emoción que oculta un poco la mascarilla, la vida condicionada por el Covid, incluso la muerte.