Rebeca Kruse, que dio a luz el 1 de mayo, durante una ecografía. | // FDV

El año de la pandemia obliga a dar a luz con mascarilla, restringe las visitas a una sola persona y reduce también la interacción social de los bebés, que llegan al mundo en un entorno familiar más reducido, en función de las restricciones que vaya imponiendo la crisis sanitaria. En la provincia con la edad media más elevada de toda España, junto a Zamora –se aproxima a los 51 años–, en constante retroceso demográfico –el padrón se sitúa ya en 307.000 habitantes–, la natalidad en el año del Covid-19 apenas ha caído, pero lo cierto es que sigue bajando. Desde enero hasta este viernes, se contabilizan en el hospital público de Ourense un total de 980 nacimientos, frente a los 1.000 de la misma fecha de 2019. El descenso, del 2%, cambia la tendencia del inicio del año, antes de que la emergencia sanitaria arramplara con todo. Entre el 1 de enero y el 8 de marzo –esta es la fecha en la que se diagnosticó el primer caso de coronavirus en la provincia–, nacieron 246 bebés, un 21,8% más que los 202 del mismo periodo de 2019. En la primera ola, la natalidad también había crecido. Hasta principios de junio el número de nacimiento superaba el medio millar. Desde entonces se estancó.

Según los datos facilitados por el hospital público de Ourense, desde el 8 de marzo hasta el viernes se registraron 734 nacimientos. Son los bebés de la pandemia. Como Luka, el primer hijo de Lorena Piñero (32 años), que llegó la tarde del 20 de julio, a las 35 semanas, un mes antes de lo esperado. Como Aleix, el tercer parto de Rebeca Kruse (37) después de Julia (12 años) y Laia (4). El pequeño nació la madrugada del 1 de mayo.

“Mi sensación es que gracias a Dios que no se acordará de esto. Me doy cuenta de que sonríe a la gente a pesar de que las personas lleven mascarilla, se da cuenta por los ojos. Es capaz de hacer una lectura del lenguaje corporal totalmente diferente a la que hacían sus hermanas. Pero pienso que se está perdiendo muchas cosas que ellas hacían, como las visitas de los familiares y el contacto con los abuelos. Tiene la suerte de que mi suegro vive con nosotros pero, por ejemplo, a mi madre la vio durante unos meses en verano, y ahora ha desaparecido porque no convive. A mi hermana todavía no la conoce. No hemos podido celebrar el bautizo, se ha limitado el contacto con otras personas, todo está muy controlado. Mi preocupación es que pueda perjudicar, a la larga, en algún aspecto, porque siempre está con las mismas personas, con distancias. Es todo más artificial”, valora Rebeca. “Un bebé es el protagonista y la alegría de todo el mundo. Conocidos, amigos y familiares también forman su personalidad, y en esta situación solo ve a sus padres, su abuelo, sus dos hermanas y a las profesoras de la guardería. Tiene que afectar”, considera.

Una reflexión similar hace Lorena. “A día de hoy, parte de la familia aún no conoce al niño, solo pueden verlo por fotos y videollamadas. Esa es la parte mala de esto, que no puedan disfrutar de él. Además, al estar encerrados en casa su crecimiento va un poco más lento por no poder salir a hacer las cosas normales que se harían si no estuviésemos en esta situación”. En contraste, esta madre critica esa manía aprendida por algunos conocidos o vecinos, en los encuentros casuales en la calle. “Muchos intentan acercarse, tocarlo o meter la cabeza en el carro, y a veces resulta incluso violento tener que decir a la gente que respete la distancia”.

Muchas de las madres que han dado a luz en este año de pandemia pasaron el tramo final de su embarazo en confinamiento. “Me dolía todo y no podía salir a pasear, que es una de las cosas que te recomiendan cuando estás embarazada. Tenía que hacerlo caminando por mi piso. El último mes y medio me lo tiré confinada en casa, con dos niñas sin colegio, agotada”, recuerda Rebeca. “La recta final fue difícil por el confinamiento. Tenía que moverme y caminar pero no pude”, comparte Lorena.

La experiencia hospitalaria

Ambas explican el esfuerzo añadido que supuso dar a luz con mascarilla. “Fue horrible, me faltaba la respiración. La buena de la matrona salía de vez en cuando para que me la pudiera despegar de la cara y coger aire”, recuerda la madre de Luka. “Hasta que no hubo resultado del serológico no me la dejaron quitar. Estaba hiperventilando. Tras el despertar me la puse que volver a poner y estaba agotada. Hay cosas que no parecen coherentes, pero entiendo también el miedo porque estábamos en pleno pico”, dice Rebeca, que estuvo dos días ingresada, por los siete de Lorena. Solo sus parejas pudieron acompañarlas en planta hasta el alta. “Me tocó una habitación con otra persona, lo que me llamó la atención en época de pandemia”, subraya Kruse.

La crisis sanitaria afectó a la fase previa al parto, sin clases de preparación, o solo por vía telemática. “Yo tuve tres, de dos horas a la semana, en el centro de salud de O Couto, porque en A Ponte no hay matrona”, segura Lorena. Ella critica que, durante el seguimiento previo a dar a luz, “todas las citas que me daban siempre cambiaban de fecha. Estaba en un ERTE y no supuso un gran problema pero sí lo hubiera sido si estuviera trabajando”. Lorena Piñero también indica que “cada vez me atendía una persona diferente en una sala distinta y no podía llevar acompañante, entraba yo sola”. Echando la vista atrás al proceso de gestación que coincidió en el año del Covid, los padres de Luka lamentan que el hombre no pudiera entrar a ninguna ecografía.

Como medida para evitar contagios se limitaron las visitas a un solo contacto. Las madres agradecen en general poder descansar y volcar todo su tiempo y energías en los primeros momentos con el recién llegado. “La noche que ingresé estuve en una habitación compartida, tuvimos que estar los cuatro con mascarilla. Tras nacer el niño estuvimos con él Adrián y yo solos. Fue excelente no tener visitas, porque una vez que das a luz, cansada, es bonito vivir el momento con el padre”.