O Carballiño amaneció ayer mirando al cielo. Era el día grande de la Festa do Pulpo y después de una semana de actividades y citas gastronómicas con este producto como protagonista, ayer el parque municipal esperaba la llegada de decenas de miles de visitantes. Por los coches aparcados alrededor del recinto y en el centro urbano de la villa, el alcalde Argimiro Marnotes calcula que unas 60.000 personas participaron en la fiesta.

Las 27 pulpeiras de Arcos dispuestas a ambos lados del paseo central prendieron el fuego de las bombonas a las 8 de la mañana con la previsión de cocer, cortar y servir sin descanso hasta la noche 35.000 quilos del cefalópodo. Pero cuando el agua ya hervía en las "caldeiras" empezó a llover y las cifras con las que amaneció la jornada, a menguar. Aurora Gómez, de Pulpería Roberto, reconocía a la hora punta que llevaba toda la mañana "con medo de cocer". Visto el tiempo, si consigue sacar 300 kilos, habrá sido una buena jornada.

La mayoría de los comensales que acudieron a la cita procedentes de diferentes puntos de Galicia, y otros puntos del país, fueron previsores y acudieron con paraguas pero a pesar de todo nadie se libró de la mojadura. La lluvia fina se volvió insistente a la hora de comer y se produjo el overbooking. Bajo las carpas instaladas por el monte no cabía un alfiler y pocos se arriesgaron a sentarse en las mesas sin resguardo. En el espacio a cielo abierto reservado a la comida organizada por el Concello de O Carballiño no hubo más remedio que comer con una mano y agarrar el paraguas con la otra. Esta incomodidad restó afluencia a la fiesta y muchos visitantes optaron por abandonar el recinto y comer en alguno de los restaurantes de la villa carballiñesa. Las pulpeiras que montaron sus "caldeiras" en la zona urbana se vieron desbordadas por este aluvión de clientes que buscaban comer bajo techo y en algunos de los puestos se llegaron a producir listas de espera de 40 minutos.

Aunque la afluencia fue menor a la de años anteriores en los que nadie de los presentes recordaba que hubiese llovido, bajo los toldos de las pulpeiras se respiraba ayer la tensión del día grande. Una bombona, una o dos "caldeiras" y una pequeña mesa en la que se disponen los platos de madera, la sal, el aceite y el pimentón son suficientes para dar servicio. En cada estancia, tres o cuatro personas dan salida a las raciones. Más serían multitud. Pero es la pulpeira la que dirige y controla toda la operación. Mientras usa con precisión y agilidad la tijera, con un ojo vigila que el pulpo no se pase y con otro que la cola no se vacíe. Y a la vez canta, "no paramos, no paramos... no queremos parar, que nos volvemos locos".

Del puesto de Pepita González sale un joven con un plato de pulpo chupándose los dedos. No hay lluvia que pare al pulpo en O Carballiño. "Para o tempo que fai, hai bastante xente", se consuela Pepita González, que a las dos de la tarde ya lleva cuatro horas cortando raciones como si nada.