No pocos teólogos, y no pocos papas, cuando se tienen que enfrentar con algún momento en el que la fe de los creyentes parece estar un poco baja, señalan que hacen falta santos para que todo el actuar de la Iglesia se enderece y pueda así transmitir su mensaje de Fe, de Esperanza y de Caridad, en Cristo Jesús, Dios y hombre verdadero; en los Sacramentos, que hacen presente a Cristo en el cotidiano vivir de los hombres y les dan fuerza, gracia, para seguir el camino de la Moral que Cristo nos indicó – Mandamientos y Bienaventuranzas-, a todo el mundo, Y abrir así la perspectiva de los creyentes hasta la Vida Eterna.

¿Quiénes son esos santos tan necesarios para sostener viva la Fe en la Iglesia? No es extraño que enseguida se vengan a la cabeza grandes fundadores –santo Domingo, san Francisco, santa Teresa, santa Catalina de Siena, san Ignacio, san Josemaría, beata Teresa de Calcuta, etc. y ciertamente lo son. Esos santos siempre han existido en la Iglesia, y seguirán existiendo. Su labor, sin embargo, quedaría coja, no llegaría a echar hondas raíces, si faltaran esos otros santos y santas de cada día, que viven cristianamente con una sonrisa en medio de dolores y dificultades, porque saben que nada hay que los aparte del amor de Cristo.

En estos días me he encontrado con algunos santos y santas, de esos que mantienen vivo el aroma, la vida de Cristo, sobre la tierra.