Todos tenemos una opinión de lo que sucede en Cataluña. Grupos políticos de izquierda se han unido para conseguir hacer de Cataluña una república y separarse de España.

Para que esta idea sea más efectiva, se necesita que la mayoría de los ciudadanos la acepten y casi lo han conseguido, a través de impulsar un racismo cultural invisible.

Cuando se habla de racismo, siempre pensamos en el viejo significado, pero existe un nuevo racismo o la creencia de que determinadas culturas, no razas, son inferiores a otras.

Este concepto de racismo cultural se ha generalizado en los colegios, institutos y universidades entre los activistas y también en los círculos académicos. Este es el motivo por el que vemos tantos jóvenes en las manifestaciones. El racismo actual se dirige a la identidad cultural, sus propiedades y comportamientos de las personas.

El racismo se refiere al odio, prejuicio, exclusión o discriminación de personas, pero la idea del racismo no existe en nuestros genes y las culturas no tienen color de piel.

Lo que tratan de vendernos los políticos catalanes no tiene sentido, pues perjudicarían también al mundo académico con sus contradicciones. Cuando se esfuma la distinción entre ideas y personas que se adhieren a ellos, el racismo cultural se convierte en aquel racismo con su definición original. Esto es lo que está sucediendo en Cataluña. El racismo es un sistema de pensamiento objetable, manchado de sangre por las historias y los activistas lo siguen utilizando para conseguir sus propósitos.

La nueva Ley Celaá favorece esos propósitos.