Guerra, en una publicación del diario El Mundo, dice que la enmienda de la Ley Celaá que elimina el castellano como lengua vehicular se trata de una decisión “absurda” que tiene una “repercusión simbólica” para la sociedad”.

“Y hay un principio, me parece a mí, en la historia, y es que cuando una sociedad acepta lo absurdo sin reaccionar es una sociedad en decadencia”, ha sostenido Guerra. “El español se va a tratar como una lengua extranjera en España. Es un absurdo tan tremendo que si la sociedad asume sin reaccionar... está en decadencia. Cuando esto se asume así es que la sociedad va hacia atrás”, ha apostillado.

Comparto plenamente la reflexión del político socialista. Y animo a que todos aquellos que discrepamos sobre el desatino de la ministra Celaá en materia lingüística lo expresemos en voz alta.

Pero es que incluso estando de acuerdo con ella, ¿es la pandemia el escenario para legislar sobre el asunto para crispar más a la sociedad?

Por favor, un poco de sensatez.

El castellano o español es mi lengua materna. Que algún político hiciera un uso torticero de este idioma en algún momento de la historia se puede denunciar pero las lenguas son inocentes. Yo quiero a mi lengua, el vehículo que me sirve para llorar, reír, mandar, gritar, suplicar, explicar, explicarme...

Como quiero a mi lengua, siempre entendí que otros pueblos con otras lenguas las quieran, como yo a la mía, y las defiendan. Más de una vez, dado que vivo en una comunidad bilingüe, defendí la causa del gallego, tan digno como cualquier otro idioma.

Pienso que desde la tolerancia y el respeto cabemos todos, los híbridos como yo, natural de Extremadura y gallega de adopción, lo cual asoma en mi decir; los que hablan español con la cadencia canaria, andaluza, gallega, vasca o cubana.

Llevo 33 años en Galicia. Ni me entero ya de si me están hablando en gallego o en castellano. Siempre animé a mis alumnos y a mi hija a la causa bilingüe, pues el bilingüismo es enriquecedor. Es una manifiesta ventaja poder leer a Cervantes en castellano y a Rosalía en gallego.

Dicho esto, no minusvaloren por favor mi lengua. Ni coarten su uso a aquellos ciudadanos que opten por ella.

Las lenguas deben ser puentes y no barreras. Deben ser lazos para la paz y no flechas envenenadas o piedras al tejado vecino.

Se agradecería que la clase política diera muestras de sensatez, tolerancia y respeto.

Sí, respeto a Fernando de Rojas, a Cervantes, a Lorca, a Delibes, a Ana María Matute, a Gloria Fuertes, a Pepe Hierro, a Eduardo Mendoza, a Muñoz Molina... y por supuesto, a Jorge Isaacs, a García Márquez, Neruda, Cortázar y una larga lista de brillantes representantes de la literatura al otro lado del Atlántico.

Y a Ramón y Cajal, a Gregorio Marañón, a Ortega y Gasset, a Dalí, a Buñuel, a Berlanga, a Almodóvar, a Arzak, a Pertegaz...

Y a mis abuelos, a mis padres, a mi familia toda, a mis amigos, a mis compañeros (muchos de ellos hablantes de un gallego delicioso), a mis vecinos...

Y a mi pescadero, mi panadero, mi electricista que, como gente sencilla de pueblo, alterna con la mayor de las naturalidades una u otra lengua, a tono con la ocasión.

A los españoles, a los sudamericanos, a los sefardíes, a los filipinos... y a los extranjeros que eligen aprender nuestro idioma.

Por favor, un respeto. No pedimos tanto.