Raúl va a trabajar, como todos los días, contento, es un chico responsable; le gusta su trabajo: reparte material gráfico de un diario local.

El diario le permite vivir, hacer su vida junto a su chica (los dos trabajan). Tiene ilusiones, quiere formarse en lo suyo, Técnico de Sonido (algún día le llegará una oportunidad y hay que estar preparado). Compagina todo esto con trabajos en fines de semana, música para bodas y actuaciones de Dj (su gran pasión).

Pero el 3 de septiembre de 2010, de repente, se siente mal. Detiene la furgoneta, baja, se retuerce de dolor. Vómitos, sudor, escalofríos; no puede levantarse del suelo. Menos mal que está en Samil, lleno de gente por el calor del día. ¡Alguien lo auxiliará!

Pues no. Triste espectáculo, todos se apartan; será miedo o asco, falta de compasión.

Raúl, tirado en el suelo sin poder levantarse, acometido por fuertes dolores, usa su móvil para llamar a su empresa, al 061, a su novia, que se ve obligada a ausentarse de su trabajo. Una ambulancia lo lleva al hospital.

Asco o miedo. No habrían necesitado acercarse mucho o tocarlo. Bastaría con preguntar a Raúl por su estado, cruzar unas pocas palabras, saber si está grave, darle ánimos.

No todos los que se caen sin poder levantarse están borrachos o drogados. ¿Y si lo estuvieran merecerían auxilio? Todos somos hijos o padres de alguien, y siempre, un semejante para los demás; tal vez, todos somos responsables. Quienes paseábamos bajos los pinos, quienes apurábamos nuestras cañas en un chiringuito, quienes íbamos en busca del frescor del mar…

Raúl no fuma, nunca bebe alcohol, no usa más droga que su propia música. Pobre Raúl. Pobres de todos nosotros, abandonados a una suerte perra…