Faro de Vigo

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En tiempos de sombras y tinieblas, bien hace Caballero en vestir la ciudad de luces y guirnaldas, en una sociedad cada vez más acosada y a barbecho de tirios y troyanos. Eso sí, me entra la razonable duda de si a los alcaldes de Pekín, Tokio o Nueva York les corroe la envidia por los alardes refulgentes del alcalde vigués. Incluso recelo de que los tres conozcan exactamente donde se encuentra este maravilloso vergel que, como manto celestial, y también mayormente celeste, todo hay que decirlo, va de O Cebreiro a Finisterre o de Estaca de Bares a los aledaños del río Miño. Ellos se lo pierden.

En todo caso, bueno es que no siempre esperemos a que el Altísimo nos abra las tinieblas y nos quite las castañas del fuego; cuando no, Santa Rita, San Judas Tadeo o el laico apóstol al que cada uno conjure sus rezos y jaculatorias. Que somos los de aquí de ofrecerse a muy diversos altares, a los que confiamos penas y remedios; y sin luz, por cara que esta sea, no tendrán nuestras necesidades camino. Por lo tanto, mi apoyo al alcalde. Sin luz, como sin amor, nada somos, que decía San Pablo.

"El objetivo de un buen gobierno ha de ser la creación de riqueza y bienestar para todos, y no simplemente repartir la pobreza"

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Luz que ilumine la condenable ineptitud de adoquines parlamentarios, para quienes un marco de convivencia estable, duradero y seguro no es más que un objetivo a destruir, porque sólo en el caos se sienten protagonistas. Luz que alcance a quienes deconstruyen normas esenciales de convivencia y libertad con la misma tijera del sastre que ajusta el traje al cliente. Y aunque por la manga se escapen o atemperen su penar reos de muy distinto pelaje. Luz que ilustre a quienes no entienden el cargo más que como un fingido palenque al que arrastrar vanidades, intereses y soberbias, en lugar de apostar por el bienintencionado ejercicio de la política como el necesario contraste de ideas y fuente inagotable, contradictoria y diversa, de medios y soluciones.

Luz que también ha de asurar a cuantos, bajo el pretexto de velar por los más vulnerables, son incapaces de entender que el objetivo prioritario de un buen gobierno ha de ser siempre la creación de riqueza y bienestar para todos, y no simplemente repartir la pobreza. Que, bien está toda ayuda y subvención, pero sólo en facilitar las mayores oportunidades y recursos encontrará el buen gobernante la justificada razón a su cometido. No sólo de subvención vive el hombre. Aunque, cierto es, las más cuantiosas suelen estar habitualmente reservadas, más a los pudientes que a los menesterosos. Y de ello sobran ejemplos. Que una cosa es predicar y, otra diferente, dar trigo.

Como indispensable es hacer llegar luz, claridad y oportunidad a tantas personas mayores obligadas a enfrentarse cada día, y a calzón quitado, con ordenadores, apps, clouds, cookies, bugs, webs, blogs, androis, linkedIn y todo un ejército de términos y herramientas propias de un mundo que se les hace cada vez más extraño y distante. Difícil resulta explicarles que es precisamente ese el mundo por el que tanto han luchado a lo largo de sus vidas, y del que sólo les prende, las más de las veces, la entrañable y agradecida mano de su nieto, cuando no del generoso vecino.

"No sólo de subvención vive el hombre. Aunque, cierto es, las más cuantiosas suelen estar reservadas más a los pudientes que a los menesterosos"

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Como también deviene sorprendente que, quienes aquí coincidimos en este nanosegundo de la larga historia de la vida, sigamos mostrando los mismos temores y emociones que acuciaron a los millones de personas que nos han precedido, y a quienes su circunstancia de tiempo y lugar privó de las mismas oportunidades de las que nosotros disfrutamos. Esto tal vez debiera hacernos reflexionar sobre el sentido de muchos de los actos de nuestra vida, en los que la estrechez y corto alcance de miras coarta un racional y amplio desarrollo personal y, en definitiva, colectivo. Cuando no, los innecesarios enfrentamientos a los que tan dados somos los ibéricos. También en ese camino que no nos falte nunca la luz.

En definitiva, hagamos todos los más fervientes votos, creyentes, ateos, agnósticos o mediopensionistas, para que las luces de nuestra viguesa Navidad iluminen la conciencia e inspiración de cuantos, desde un cargo público, tienen encomendada la tarea de concebir e impulsar un mundo cada vez mejor.

Sobre todo, para que nadie sienta morir su esperanza.

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