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La catedral de la arquitectura

El enigma. De aquel niño compostelano, desde el despertar remoto, permanece el recuerdo de los brillos de humedad, olor a moho, churretes ennegrecidos de verdín y lo mal que se respiraba en el confín derecho del Pórtico de la Gloria. Recuerda la admiración unánime hacia el conjunto y, por contraste, las escasas atenciones dirigidas hacia el inquietante rincón derecho. El niño no sabía discernir si ese desafecto se debía a la insalubridad evidente o al temor velado a lo que allí se figuraba, el Juicio final.

La explicación. La Torre de las Campanas conjura dificultades, el riesgo de una cimentación en ladera. Existía el inicio de un desplome en la torre románica que, se estriba, afianza y, siglos después, recrece en altura. Con sufrimiento estructural, el agua se cuela por intersticios y juntas. Y justo, el arco derecho del Pórtico (el Juicio) es el cuerpo adosado a esta torre comprometida. La lluvia compostelana (agente persuasivo y eficaz) trabaja en muchos otros daños de las fábricas catedralicias.

La ocasión. Se tardo en atacar de raíz los males. Con el año conmemorativo (21-22) en el horizonte, llego el soplo de entendimiento y empatía entre las tres instituciones: Iglesia, Ciudad y Patrimonio. El escenario optimista prefigura un cambio de manera de actuar ante el bien cultural y, en esto, tres personajes necesarios lo encarnan: Daniel Lorenzo (el eclesiástico ilustrado), Xerardo Estévez (el Montaigne compostelano) y Manuel Chaín (el funcionario avezado). Y así, serena, quedó constituida la altura de miras.

El desenlace. Eso sirvió. Se deshizo el nudo paralizante: nada es intocable, incluso la Catedral de Santiago; mejor retejar que dejar que se pierda; mejor intervenir que pudrir la herida. La hora de atreverse no podía posponerse un día más y se retomó el hilo de la evolución histórica: en el conjunto catedralicio siempre sucede algo; añadido por aquí, estabiliza por allá, reinvención exterior… hoy la hoja de ruta señala restauración. Se apuntó muy alto, eso sí, con mucha humildad, sin sobreactuar.

"Tras las obras, la Catedral es la misma, pero algo cambió: su rostro ¡qué buen aspecto tiene!"

La obra. Se apuntó nada menos que a 19 proyectos de intervención, una enorme obra colectiva de restauración, arquitecto junto a arquitecto, uno tras otro sumando diagnósticos y sugerencias, descubrimientos y soluciones de detalle. Esa fue la gran cosa. Un agregado inteligentemente coordinado de respuestas arquitectónicas rigurosas, concisas, cargadas de virtuosismo y belleza. Unas ejecuciones de obra complejas, completadas con calidad en tiempos apretados. Acabo bien.

El libro. “La Catedral de la Arquitectura. Intervenciones e Investigación”. Cuanto hoy cuenta sobre su construcción está ahí. Una declaración técnica, fina y amena, inteligible, fusión de saber y saber transmitir, de Ricardo Aroca…a María Xosé Cerviño. Da gusto. En 1926, Kenneth Conant nos dijo cómo era la Catedral (la dibujo), y ahora, en 2022, el Libro de la Fundación Catedral nos dice como fue construida (la codifica). Pasar del qué es al cómo se hizo, ocupó casi cien años. El libro es ya un hito.

El mensaje. Durante siglos Galicia siguió a la Catedral. En la aldea, la iglesia románica replica la torre barroca (cada una semejante a tantas otras), haciendo del atrevimiento constructivo un gesto aplicable a lo encumbrado y a lo más modesto. Ahora, cierto que no hay mensaje, pero los hechos dicen lo que dicen: lo realizado demuestra que, en la Galicia del siglo XXI, sobra saber, talento y formación, para osar remover cosas, incluso las más sagradas. En una sociedad educada: mejor intervenir que inhibir.

El epílogo. El rescate del color no pasa inadvertido al visitante, es más, sorprende. Por así decirlo, al restaurar el cromatismo, la decoración pétrea, y los tonos de paramentos y bóvedas, la basílica ha recuperado autenticidad. Vuelve la luz de la arquitectura a inundar de matices naves, tribunas y nártex. Tras las obras, la Catedral es la misma, pero algo cambió: su rostro ¡qué buen aspecto tiene! Tan saludable, que el niño de aquel entonces, hoy agradecido, se reconoce en él.

*Arquitecto

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