Está visto, y lo que es peor aún, comprobado que por más prédicas y sermones, e incluso lemas publicitarios que algunos políticos utilizan para sus intereses, a la hora de la verdad, eso de que bajan los impuestos es un camelo. Del mismo modo que resulta especialmente aventurado prometer que reducirán cuando, desde la oposición, se va a por todas con tal de llegar al Gobierno. Y se califica así –“aventurado”– porque puede pasar lo que al señor Rajoy Brey, que alcanzó una victoria electoral con un programa –que incluía la desescalada fiscal– que de inmediato tuvo que cambiar radicalmente en sentido contrario a sus promesas. El error aumentó porque no supo explicar los motivos.

(Quizá, matizan algunos observadores, la causa del rápido deterioro en la imagen de don Mariano, personaje muy capacitado para la Política, pero no para el politiqueo, fue que se explicó al ibérico modo. O sea, echando la culpa a la “herencia” de los anteriores, lo que no se entendió, y después, con los problemas internos de su propio partido, lo llevó a la calle de un modo –en opinión personal– injusto. E injustificado, porque las cosas después de su censura, y tras la formación de la coalición PSOE-UP, han ido de mal en peor. En lo económico es medible, y en cuanto a moral pública, bastan casos como la macro/estafa de los ERE andaluces y/o el lamentable espectáculo de los indultos.)

Pero no se trata, aquí y ahora, de reiterar críticas ni redactar una suerte de Causa General contra quienes gobiernan estos Reinos. Pero sí de reiterar que la voracidad fiscal es un elemento común de los partidos y su práctica, habitual en cualquier sigla. Eso sí: con una notable capacidad para disimularla e incluso ocultarla. En esa línea, da igual que los departamentos, se llamen como se llamen –Hacienda o Facenda, para no ir más lejos– utilizan trucos no sólo de mal pagador, sino de recaudador feroz. Se demuestra, por ejemplo, con la noticia que acaba de publicar FARO de VIGO: la fiscalidad gallega aumenta motu propio el teórico valor de determinadas propiedades para así incrementar sus ingresos.

Y eso lo hace manteniendo los tipos vigentes para que parezca que no suben, cuando lo que aumenta motu propio es el valor de lo que se grava. Y el Ministerio, aún manteniendo las cargas e incluso bajando algunos –como el IVA, en determinados sectores– recauda mucho más “gracias” a la inflación. Así, dicen, le ponían las carambolas a Fernando VII en sus partidas, y así sin los trucos fiscales aquí. Y, hablando de aquel rey –que tanto daño hizo a cuanto decía defender–, es posible que, cuando en España se enseñe la Historia sólo desde la Constitución de Cádiz de 1812 –a la que traicionó–, pasará a ser casi obligatorio lo de “Viva la Pepa”, pero en modo irónico. Ya se verá.