Aunque la forma política del estado español actual es la monarquía parlamentaria, no son pocos los españoles que prefieren la república. Entre ellos, los hay que se toman con naturalidad que la Constitución española vigente haya optado por la monarquía parlamentaria, mientras que existen otros, muy radicales, que reaccionan con tanta visceralidad que parece que la previsión constitucional de la Corona la toman como una ofensa personal. Hasta tal punto esto es así que no se limitan a argumentar las hipotéticas ventajas de la república sobre la monarquía parlamentaria, sino que recurren, lisa y llanamente, al insulto contra la Corona o sus titulares, como si les hubieran hecho una ofensa personal imperdonable.

Así, en junio de 2013, la Audiencia Nacional decidió, con un voto discrepante, condenar a un coronel retirado por escribir que los Borbones eran “borrachos, puteros, idiotas y descerebrados” y que el rey actual (don Juan Carlos I) era “el último representante” de esta “banda”. Como lo de insultar al rey apenas tiene consecuencias parece que se está convirtiendo en una moda. Y es que quien denigra al rey cuenta con que el sistema es en este punto tan tolerante que son muy pocos los casos que llegan a dirimirse ante los tribunales de justicia.

Viene todo esto a cuento por el incidente que tuvo lugar en la reciente toma de posesión del nuevo presidente de Colombia, Gustavo Petro. Como seguramente sabrán, pocos minutos después de jurar su cargo, el presidente colombiano anuló la orden del expresidente Iván Duque de no ceder la espada de Simón Bolívar para la ceremonia por supuestos riesgos de seguridad. Y tras una pausa de unos minutos, cuatro soldados de la guardia presidencial trasladaron la espada en una urna acristalada hasta la plaza de Bolívar, ubicada en pleno centro de Bogotá, donde se estaba celebrando la toma de posesión del nuevo jefe del Estado.

La noticia, sin embargo, no estuvo en el hecho de que los organizadores del acto decidiesen pasear la espada ante los asistentes, sino en que el rey de España permaneció sentado mientras la espada pasaba a su altura. Este hecho, realizado desde la más plena dignidad histórica española, dio lugar a cuatro tipos de reacciones, dos favorables y otras dos negativas.

Estoy seguro de que ha habido un nutrido grupo de españoles, entre los que me encuentro, que nos sentimos plenamente identificados con la actitud de nuestro rey. Como ha escrito Alfonso Ussía en el Debate “con un solo gesto, el rey Felipe VI ha vuelto a poner de acuerdo a todos los españoles que se sienten orgullosos de serlo y que, aunque silenciosos, somos la abrumadora mayoría”. A este grupo cabe agregar, como integrantes de la segunda modalidad, los que consideran, como la parte del Gobierno perteneciente al PSOE, que se trata de un acto intrascendente, “una polémica veraniega para que algunos marquen posición política” (Miquel Iceta).

Entre los que reaccionaron negativamente, figuran los que se muestran escandalizados por tan grave suceso y los que han reaccionado con una violencia propia de mentes desequilibradas. Al primero de estos dos grupos pertenece una buena parte de los dirigentes de Unidas Podemos. Entre estos, destaca Pablo Echenique, que califica el hecho como “un desplante irrespetuoso a la espada de Bolívar” y critica la acción del rey porque no se representa solo a sí mismo, sino a todos los españoles, por lo que debería haber medido su actuación.

Lo sorprendente es que, admitiendo Echenique que el rey representa a toda España, piense que la mayoría de los españoles estamos a favor de honrar la espada de Simón Bolívar en lugar de darle el desplante irrespetuoso. Y es que, al igual que Alfonso Ussía, pienso que “un rey de España no puede incorporarse con respeto al paso de un cachivache que presumiblemente perteneció a un traidor”.

Pero hay más: en su sorprendente valoración de los hechos el político podemita se convierte en portavoz no solo del sentir de la mayoría de los españoles, sino también de los colombianos y dice que el acto del rey supone insultar al pueblo colombiano. ¿Pensó en algún momento el político podemita que quien más obligado está a respetar a sus invitados es el anfitrión y que, por esa razón, no tenía que haber hecho uso de un símbolo, absolutamente prescindible, que podía herir el sentimiento de muchos españoles?

Por otra parte, tratándose, de una cuestión, cuando menos discutible, lo que no se entiende en absoluto son las palabras de un tal Pedro Honrubia, uno de los portavoces de Unidas Podemos en el Congreso de los Diputados, que publicó un tuit en el que decía: “Alerta, alerta, alerta, que camina la espada de Bolívar por América Latina. Y si a don Felipe el facha le molesta, pues que le den por saco. Lo que se echa de menos es una buena guillotina en la historia del estado español, joer.”

Por muy benévolo y progresista que se quiera ser, parece difícil no atribuir a un cierto desequilibrio personal, seguramente originado por el odio y el rencor, calificar al rey como facha, insultarlo diciendo que “le den por saco”, y echar de menos “una buena guillotina en la historia de estado español”. ¿Contribuyen estos tipos de exabruptos a la formación de la “opinión plural, informada y formada” que persigue la libertad de expresión?

No lo parece. Como tampoco afirmar que se trata de “una cuestión de extrema gravedad” como ha declarado Ione Belarra. El hecho de que todos los demás jefes de Estado se hubieran puesto de pie, aspecto que destaca Belarra, debería hacerle pensar que la posición de España era singular y que el paseo de la Espada tenía para España una simbología muy especial.

Como escribe Ussía, que sí sabe de Historia, “Simón Bolívar no fue solo un asesino inmisericorde. Fue un traidor a España. Y el rey de España no puede incorporarse al paso de la espada de un traidor a España”.