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Salvador Fraga opinador

Arquitectura sin nombre

Paris, 1982, el Pompidou (Centro de Arte y Cultura, entonces aún recién inaugurado) sorprende con una exposición refrescante: Des Architectures de Terre, o las expectativas de una tradición milenaria. Una muestra explícita de edificios, viviendas y ciudades construidas con tierra, estructuras donde habita la lógica climática. Tocando tierra, se desvela el prodigioso arte milenario del diseño medioambiental. Se desvela de dónde venimos. Y, ¿dónde estamos?

Río de Janeiro, 1992, Cumbre de la Tierra auspiciada por la ONU. Ya no es solo la cuestión de la energía, sino la constatación de la velocidad a la que se degrada el planeta, el deshielo polar, el barrido de especies, la certeza de que se agota el tiempo de reacción para un rescate complejo. Y es entonces, ante la certidumbre del mal de todos, cuando se sella una exhortación universal, juiciosa, persuasiva... prolongada, una exhortación urgente aún no atendida.

Bruselas, 2002, Directiva del Parlamento Europeo y del Consejo relativa a la eficiencia energética de los edificios. En una reacción tardía, se reparten cartas de responsabilidad hacia abajo, a los Estados miembros. Tras reconocer a los edificios el 40% del consumo de energía final de la UE obliga a una estrategia de largo alcance orientada hacia la renovación de todo el parque edificado.

Madrid, hoy, 2022. El Decreto. Ya en el ojo del huracán, un plan de choque para generar ahorros energéticos inmediatos; medidas necesarias pero, en cierto sentido, descorazonadoras incluso para sus defensores. ¡Tempus fugit! ¡Pena no haber puesto al día los planes de andar por casa! Expliquémonos; sobrevolemos el sistema urbanístico que rige la construcción de edificios y viviendas en España.

“¿Por qué no se generaliza el diseño desde una lógica medioambiental? La respuesta no es halagadora: el enemigo está dentro”

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Sigue rehén de los fundamentos de 1956: la gestión de las contradicciones del desarrollismo. La idea fija en los aprovechamientos urbanísticos, su patrón oro, respaldado por m2 edificables. Ahora bien, dado que el desarrollismo ha tocado fondo y han emergido a primer plano los valores cualitativos (ya no cualquier m2 edificable garantiza un aprovechamiento fiable), entonces, quebrado el modelo, tan sólo queda la cerrazón al cambio.

La fibra sensible para reorganizar el sistema urbanístico está clara: la fijó hace treinta años la Cumbre de Río. No obstante, las ordenanzas urbanísticas que se aprueban siguen, ad absurdum, enarbolando en alto el estandarte de administrar los riesgos del desarrollismo cuando la plaza (el crecimiento ilimitado) ya se ha rendido. Se dilapida un tiempo precioso y unas energías valiosísimas de técnicos, funcionarios, ciudadanos y políticos.

Centrado aquí en Galicia, Manuel Caamaño (un adelantado) en As Construccións da Arquitectura Popular, recopiló, con agudeza de ojo y dibujo limpio, el modo corriente de construir tan sensible con la naturaleza. En planta baja, la sombra milagrosa de la parra, en planta primera el corredor cubierto, parasoles clarividentes, cintas de protección solar pasiva y, de pronto, bajo la cubierta, el faiado, el colchón térmico del sobrado. Pequeños fragmentos de un milenario arte de diseño ambiental.

Y ahora, cuando tanto lo necesitamos, ¿por qué no se generaliza el diseño desde una lógica medioambiental? La respuesta no es halagadora: el enemigo está dentro. Dentro del sistema, de un modelo que no se reformula, está dentro de las normas urbanísticas hasta tal punto que, las Ordenanzas de los Planes de Ordenación no resistirían el filtro académico y administrativo (medianamente exigente) de una exposición de motivos argumentada.

Un ejemplo. Los soportales en planta baja son habituales y apreciados, sin gravamen alguno para los derechos edificatorios, ¿por qué no viabilizar, igualmente, soportales verdes en planta primera, segunda, tercera, cuarta…y en el ático? La respuesta no es halagadora: las normas urbanistas están a otras cosas ¿importantes? y no a estas lindezas de regulación térmica pasiva y gratuita (como la parra). Es decir, sigamos a golpe de decreto con la temperatura de los termostatos.

Hace 40 años el entorno intelectual de un museo de arte contemporáneo (desde el edificio más tecnológico del momento) tuvo la humildad de observar con detalle la tierra trabajada. Arquitectura en estado puro, ni sostenible, ni moderna, ni industrializada, ni ecológica. A veces, tanto es nada, quedémonos en arquitectura sin nombre.

*Arquitecto

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