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Luis Carlos de la Peña

Incendios y Xunta

Vivimos la furia creciente de los incendios forestales con la resignación de lo inevitable. Hace unos años y ante las cíclicas olas incendiarias, aún se producía una reacción, existía la necesidad urgente de clarificar causas y remedios que pudieran poner coto a este periódico desastre de nuestro medio forestal. Esta capacidad de rebeldía social parece hoy doblegada por la dimensión creciente de los fuegos, el estrago constante de los bienes comunes y la amenaza directa a las viviendas, a las propias vidas y la insuficiencia de las medidas preventivas adoptadas (limpieza de fincas o franjas de seguridad alrededor de núcleos habitados).

La anterior grave ola de incendios en Galicia, año 2017, se llevó por delante 62.000 hectáreas, la mitad de ellas en solo dos días de octubre. Es pronto para adelantar lo que pueda ser el negro balance de este año, pero la violencia y dimensión de los incendios producidos hasta el momento confirman no solo el alto riesgo en el que estamos inmersos, sino el salto cualitativo que por las condiciones climáticas y otros factores coadyuvantes, se observa en aquellos.

"Hay que incrementar sustancialmente los incentivos para la recuperación de los usos agroforestales"

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La resignación trae causa de la impotencia. Durante años se ha especulado sobre el doble juego de la “industria del fuego” que beneficiaría a empresas madereras, brigadas antiincendios, compañías arrendadoras de medios aéreos y terrestres de extinción y todo un sofisticado dispositivo de emergencias, dependiente de la Administración pública, que encuentran en los siniestros forestales su razón de existir. Se ha acusado a supuestas tramas y mafias incendiarias, algunas de ellas con intencionalidad política. Todo este repertorio ha mostrado su improbabilidad o absoluta falsedad.

Y sin embargo, parecería posible actuar sobre hechos concretos que, siendo obvios, no están mereciendo una atención específica. Por ejemplo, hay que incrementar sustancialmente los incentivos para la recuperación de los usos agroforestales, bajo el doble principio de mantener los montes limpios y repoblar las zonas rurales. Otro ejemplo: los montes no arden fortuitamente. El 95% de los incendios tienen origen en actividades humanas y más de la mitad de ellos son intencionados; apenas se identifica al 9% de los causantes y, de entre ellos, una mínima parte llega a cumplir alguna condena. Es imprescindible investigar y perseguir a los incendiarios.

Urge sacudirse la resignación ante el estado del monte y el lamento ante los siniestros consumados. La Xunta tiene aquí un ámbito estratégico donde mostrar su auténtica capacidad planificadora y ejecutiva.

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