En un tuit, Pedro Sánchez caracterizó su Gabinete como “un Gobierno social, feminista, ecologista, europeísta y progresista”. Una retahíla de “istas” suficientemente amplia como para considerar que la relación de los rasgos de su Ejecutivo era bastante completa. De las palabras mágicas que están de moda en los últimos tiempos, tan solo faltaba decir del Gobierno que era sostenible y resiliente. Pero si se consultan en el diccionario de la RAE los significados de estas dos palabras se advierte que son difícilmente predicables de cualquier gobierno, ni, aunque sean tan chanchis, como los ejecutivos de Sánchez.

Hay que reconocer, pues, que el presidente del Gobierno fue bastante preciso cuando enumeró los rasgos distintivos de su Gobierno. Sin embargo, cuando las cosas estaban tranquilas y nadie discutía sobre las características del Gobierno, sale a escena la vicepresidenta segunda y con el look de mujer meliflua denuncia en una entrevista concedida a un diario nacional que al actual Ejecutivo le falta el alma y que sus medidas no son felices.

No suelo dar importancia a quien no la merece y mucho menos alabar a alguien por decir algo que no pasa de ser una tontería, aunque a primera vista parezca un pensamiento original. Y más aún cuando la complejidad de la situación política actual aconseja no dejarnos distraer por cuestiones absolutamente intrascendentes. Y es que la vicepresidenta ferrolana parece haberse convertido en una experta en decir lo que le venga en gana, siempre que utilice el tono adecuado (generalmente suave) con la vestimenta apropiada para la ocasión.

Pues bien, que un miembro de un gobierno, nada menos que una vicepresidenta, diga que a su Ejecutivo le falta alma y que las medidas que adopta no son felices son dos ocurrencias inesperadas tanto por lo que expresan como, insisto, por quien las dice.

Para intentar enjuiciar la afirmación de que al Ejecutivo actual le falta “alma”, hay que fijar, primeramente, el sentido en el que la vicepresidenta habrá empleado esa palabra. Si acudimos al diccionario de la RAE lo más probable es que la vicepresidenta haya empleado la palabra alma en su octava acepción, esto es: “Aquello que da espíritu, aliento y fuerza a algo”. De tal suerte que el reproche que le estaría haciendo la política gallega al gabinete al que pertenece es que está falto de espíritu, aliento o fuerza.

Pues bien, salvo que la vicepresidenta haya proseguido su actual costumbre de acudir a la lírica pedestre con la que viene envolviendo sus palabras no me parece una acusación menor reprocharle al Ejecutivo del que forma parte que es un gobierno falto de “espíritu, aliento o fuerza”. Cuando una pertenece a un órgano colegiado, como el Consejo de Ministros, tiene que ser solidario con todas sus decisiones y es políticamente impresentable apuntarse solo a las que gustan y excluirse de las que no.

En lo que concierne al reproche de no adoptar medidas felices, la crítica es similar a la anterior. Por eso, no estaría de más recordarle a la vicepresidenta que, como dijo don Miguel de Unamuno, “una de las ventajas de no ser feliz es que se puede desear la felicidad”.

"Fracasados sus eslóganes de campaña y el miedo al fantasma del franquismo y otros tics infantiles, no saben qué proponer al electorado"

Acaba de finalizar el debate sobre el estado de la nación y los analistas políticos han señalado que el Gobierno se ha radicalizado, añadiendo que las medidas de mayor calado que ha propuesto, como incrementar la presión fiscal sobre la banca y las eléctricas, proceden de Unidas Podemos. Al tratarse de medidas propuestas por el sector comunista de la coalición a cuyo frente está la vicepresidenta, ¿pensará la señora Díaz ahora que el Gobierno ya ha recuperado el alma y que los ciudadanos van a ser felices con dichas medidas?

No debe olvidarse que la vicepresidenta enlazó la falta de alma y de medidas felices con el dato de que había que salir de la crisis, pero sin que la pagaran los de siempre, es decir el pueblo. Pues bien, si por fin esos impuestos salen adelante ¿creen estimados lectores que la banca y las grandes compañías eléctricas no van a repercutir sus importes sobre los clientes y usuarios? Y si, como parece, las repercutieran, ¿se podría afirmar seriamente que el Gobierno tendría alma y habría adoptado medidas felices siendo así que los paganos siguen siendo los de siempre?

No he visto durante los años de gobierno que el Ejecutivo fuera un modelo de coherencia. Y es que empiezo por tener una gran dificultad en distinguir entre medidas simplemente anunciadas y medidas efectivamente puestas en práctica. Pero desde que la coalición de gobierno va perdiendo las distintas elecciones autonómicas y, sobre todo, desde que anuncian el triunfo del PP prácticamente todas las encuestas, el Gobierno está sumido en un completo desconcierto y no sabe hacia dónde tirar.

Fracasados sus eslóganes de campaña y, singularmente, el miedo al fantasma del franquismo y otros tics infantiles como el de “elegir entre los derechos y las derechas”, no saben qué proponer al electorado español. Tras el reciente debate sobre el estado de la nación se han convertido en nécoras o, como las llaman los asturianos, “andaricas” que caminan hacia atrás, en sentido contrario al que aconseja el sentido común: freír a impuestos a los “señores del puro” para que los acaben pagando como siempre los ciudadanos, cuyas economías están a punto de la bancarrota, mientras el Gobierno recauda más que nunca y mantiene su nivel de gastos.