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Xaime Fandiño

MÁS ALLÁ DEL GUETO CRONOLÓGICO

Xaime Fandiño

Código naranja

La red semafórica instalada en el interior de nuestras ciudades parece que ha caducado. Fue creada en un momento de desarrollismo donde el vehículo a motor era el rey y los ciudadanos súbditos temerosos de sus envites.

La mayoría de los seres humanos ejercemos así esa dualidad de súbditos a pie y reyes al volante y, hasta hace muy poco, todo se regulaba favoreciendo al tráfico rodado quedando los peatones al pairo de las decisiones en esta materia. Ahora comienzan a surgir iniciativas diseñadas en pro de la racionalidad urbana que contemplan al peatón como el eje de actuación para el desarrollo normativo relacionado con la convivencia armónica entre máquinas e individuos y, aunque los espacios heredados junto a modos y costumbres pretéritas no tienen fácil solución para lograr una ergonomía equilibrada entre los derechos del viandante y los del tráfico rodado, no está de más intentar buscar algunas alternativas dentro de lo que ya tenemos.

Si la regulación para la circulación de los vehículos tradicionales de dos y cuatro ruedas con la de los viandantes venía siendo problemática, nos encontramos ahora, para complicarlo más, con la irrupción de otras formas de movilidad urbana amables con el medio ambiente como bicis y patinetes que, en muchos casos, no tienen una ubicación física por la que circular. Vivimos en entornos multi-vehículo donde los peatones se encuentran en una situación de vigilia constante con el fin de evitar sobresaltos. Cualquier paseo se convierte en un para y arranca cuando no en un riesgo para las personas que sufren algún tipo de discapacidad motora que les impida cruzar de acera a velocidades que los semáforos miden en pocos segundos.

En este escenario podríamos empezar por adecuar lo que ya existe, por ejemplo el funcionamiento más racional de esa red semafórica urbana. Si se ha limitado a 30 Km/h la circulación en el centro de las ciudades, ¿por qué los semáforos que no regulan una intersección técnicamente complicada, siguen abriendo y cerrando en verde o rojo deteniendo a peatones y vehículos de forma irracional basados en un código temporal aleatorio o en la pulsación de un botón que no tiene en cuenta para nada las necesidades reales de los autos, ni de los peatones?.

Así, vemos cómo en muchas ocasiones las personas esperan largos períodos de tiempo apostados en una acera sin que pase ningún vehículo hasta que al semáforo de turno le da por ponerse verde y lo mismo sucede con los automóviles cuando no hay individuos que crucen. Lo malo es que cuando el semáforo abre, a veces lo hace con una temporización tan limitada que las personas con alguna deficiencia motora no consiguen alcanzar la otra orilla en el plazo estipulado. Es decir, la clásica conmutación verde-rojo, en vez de facilitar la ergonomía del tráfico y de los viandantes, parece que funciona para complicarla. Ahora que se ha limitado la velocidad en el centro de la ciudad, ¿por qué, en todos estos semáforos que operan realmente como un paso cebra y no regulan una intersección compleja, no se establece una especie de “código naranja” donde permanezcan siempre abiertos (en verde) para el peatón y en precaución (naranja) para el tráfico rodado? Esta simple acción puede ayudar a concienciar de que en el espacio público urbano la prioridad la ostentan los seres humanos y no las máquinas. Seguramente así disfrutaremos de un fluir más placentero y veremos menos carreras, tanto cuando nos convertimos en conductores obsesionados por pillar el semáforo en verde, como en calidad de viandantes corriendo de entre aceras ante un semáforo que parpadea con una fugaz y agotadora cuenta atrás.

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